Opinión

El Gobierno lesbiano

El Instituto de la Mujer en manos de la activista LGTBI y no sé cuántas letras más Beatriz Gimeno empieza a darnos días de la gloria en las flores siguiendo la «Oda a la inmortalidad» de William Wordswoth porque, aunque se empeñen en despeñarnos, siempre la belleza del mundo que cada uno quiere para sí, persona humana, sin que nadie le venga a lavar el cerebro o infligir electroshock en los consejos de ministros, permanece en el recuerdo. Cursilerías, las justas. El Ministerio de Igualdad es tan equitativo que solo hay mujeres y, como gran adalid de los derechos femeninos, la señora de Pablo Iglesias (expresión machista inaceptable que han de disculparme, pero conviene leerla en el contexto, que se dice ahora) coloca a una lesbiana que cree que la heterosexualidad femenina es poco menos que una desviación cultural, asunto que tendrá que explicar con abundante documentación Irene Montero por si ha de cambiar de acera oficialmente o se considera mujer de segunda categoría, diezmada por el heteropatriarcado. También convendría aclarar por qué un hombre ha de ser penetrado en aras de la igualdad, como sostiene Gimeno, y si todos los ministros están por la labor. Entramos en el mítico reino de las amazonas en el que las hembras colocaban a los machos en puestos de servidumbre, mataban a sus hijos varones y seccionaban un pecho a las niñas para que fueran más diestras con el arco y las flechas. Beatriz Gimeno no llegaría a tanto porque considera humillante la lactancia materna, así que un asunto resuelto sin dramatismo. No se da el pecho y asunto cerrado aunque ellas sigan chupando de la teta del Estado. Cuando la política entra en las camas, las sábanas se vuelven rígidas y apolilladas, que para hablar de sexo ya estaba la doctora Ochoa y recientemente Mónica Naranjo, icono gay metida a «coach» en «La isla de las tentaciones» donde abunda el machirulo y la machirula, o Gwyneth Paltrow, que vende velas con el olor de su vagina. Estamos ante el ministerio del Amor o el de la Verdad de «1984», y ya se conocen el final del libro o de la película. Ya no es que se acepten, como debería ser normal, todas las opciones sexuales por muy extravagantes que a algunos les parezca, sino que nos invitan a seguir una sola senda en la que se jode a la libertad. Este agrofeminismo radical deja a Carmen Calvo en puritana de la época de Concepción Arenal. Igual me repito, pero un director de periódico acertó a decir que mientras la izquierda habla de sexo, la derecha folla. Pues eso.