Opinión

Donald Sánchez/ Pablo Trump

Parece mentira que nuestros cazadores de fascistas, todo el día con el machete al cinto, no hayan reparado en las bellas similitudes entre el gobierno de Donald Trump y el de Pedro Sánchez. Ambos ejecutivos son especialistas en hacer del medio no ya el mensaje sino el único argumento de la obra. Repasen el quehacer gubernamental de la Casa Blanca desde 2016. Por cada cien medidas anunciadas sólo encontrarán una y media que haya salido airosa. El resto cae sepultada por la reacción de una sociedad civil y una judicatura poco dispuestas a dejarse avasallar y, con frecuencia, muere antes incluso de nacer por la naturaleza puramente imaginaria, ficcional, poética, de los proyectos. Igual, o sea, que viene sucediendo con el llamado gobierno bonito. Especialista en proclamar, en las soflamas, y enemistado con la letra pequeña, con lo real. Al cóctel añadan la relación digamos que poco ortodoxa de Trump y Sánchez con la verdad. Al primero los medios le imputan miles y miles de mentiras verificables. No hablo ahora de las hipérboles, las frases jadeantes, las imágenes por los pelos o las imprecaciones. Escribo de las trolas químicamente puras. Sería muy interesante, y enriquecedor, nutricio, pasarle un cepillo similar a la parla/caspa del señor Sánchez. Y existe un tercer elemento, junto a la cháchara y los embustes. Puede resumirse en la dupla del iliberalismo y la gula absolutista. Lo primero va de serie en cuanto alguien ficha como segundo a un demagogo, populista, como Pablo Iglesias: capataz de una tropa de teóricos y cuentacuentos obsesionada con volar los arquitrabes del Estado y destruir el prestigio y resistencia de las instituciones democráticas, que apenas si reconocen en calidad de trampantojos al servicio de los capataces y la casta y blablablá. En cuanto al delirio autocrático apenas hemos necesitado un par de días para celebrar el penoso nombramiento de Dolores Delgado como Fiscal General o las exóticas opiniones del vicepresidente respecto a las actuaciones de los tribunales españoles y europeos y, más concretamente, a lo que en su opinión deben de hacer los jueces y fiscales ante la posible comisión de un delito: abstenerse de actuar, conjurando la crispación, y en nombre del ibuprofeno, el paracetamol y el ácido acetilsalicílico permitir que entre los ciudadanos que respetan la ley y los delincuentes operen los muy maquiavélicos y astutos agentes políticos. Luego que sin Trump y que si Orbán.