Opinión

Pin parental. La inocencia

Algunos teníamos cierta expectación por saber cuál iba a ser el primer asunto en torno al cual cuajara el enfrentamiento cultural, inevitable ante la ofensiva ideológica progresista iniciada por el PSOE, como es su costumbre, nada más llegar al gobierno. Ha sido el «pin parental», y ha venido de la mano de Vox. Por primera vez, la iniciativa no la llevan los progresistas. Por fin parece que alguien en el centro derecha se toma en serio las cuestiones culturales y morales, y no le deja, en nombre de la economía y la gestión, todo el campo al progresismo. La respuesta ha sido fulminante, con tres ministras, incluida una vicepresidente, saliendo en tromba contra quien se ha atrevido a entrar en terreno vedado.

El «pin parental» es una medida de salvaguarda de la moral y las creencias de las familias. Se ampara en el artículo 27.3 de la Constitución y aspira a evitar un grado de intrusión inaceptable por parte del Estado. No se aplica al currículum escolar –y por eso no es una forma de objeción–, sino a actividades complementarias. Y no resultaría necesaria, como no lo fue durante mucho tiempo, si el Estado tuviera conciencia de los límites en los que debe moverse en asuntos que atañen a la intimidad y las creencias de los ciudadanos.

Al aducir la ministra Isabel Celaa que «los niños no pertenecen a los padres» invoca la tradición republicana en la que se basa la enseñanza obligatoria estatal, hoy asumida en casi todos los países desarrollados. También invoca otra, que data de los años setenta, cuando la revolución antiautoritaria puso el acento en la emancipación, no ya de la clase trabajadora, sino de grupos sometidos a otra clase de censura, explotación o alienación. Entre estos grupos estaban, y siguen estando, los niños. Entonces, y en algunos países, se llegó muy lejos en la reivindicación de la sexualidad infantil. Tanto que la revisión de las conductas de aquellos años está suscitando interrogantes escandalosos en Francia. Los contenidos de las materias o actividades sobre las que Vox ha propuesto que los padres puedan ejercer su derecho de veto no llegan a tanto, pero se basan en una convicción que rompe con los límites vigentes hasta hace bien poco tiempo (en nuestro país desde el final de la dictadura). Y es que hemos entrado en una fase nueva, con un aparato estatal al servicio de un gobierno activista: una actitud republicana al servicio de una causa de liberación. Ante esto, no bastará con reivindicar en negativo la libertad de los padres y las familias. El pin parental debería ser el primer paso para dar contenido a esa libertad. ¿Y qué habrá que defender y reivindicar en este punto? En primer lugar la inocencia: la inocencia de los niños, a los que se manipula bajo pretexto de emanciparlos. En primer enfrentamiento es de alto voltaje y empieza por poner en cuestión las actitudes tradicionales de la derecha de nuestro país. No estaría de más invocar también el artículo 27.2 del texto constitucional.