Opinión

El viejo catalán

Fernando el Católico nunca fue bien valorado desde Castilla, al que llamaban, despectivamente, «el viejo catalán», pero tampoco desde el romanticismo nacionalista catalán, en tanto en cuanto no dejaba de pertenecer a la dinastía castellana de los Trastámara, y causa por la que fue acusado por la historiografía separatista, de ser el principal responsable de la decadencia económica catalana. Fernando el Católico, una vez enviudado de Isabel, quiso gobernar Castilla, pero se encontró con una nobleza que apoyó sin fisuras a Felipe el Hermoso, y tras la Concordia de Villafafila, hubo de renunciar a la regencia castellana y se retiró a la Corona de Aragón. Este hecho forzó a buscar una nueva esposa y buscar nueva descendencia, esposándose con Germana de Foix, sobrina de Luis XII de Francia. Los avatares del destino quisieron que en 1506 Felipe el Hermoso falleciese y Fernando volvió a ser regente. Un hecho trascuenta ocurrió en la primavera de 1509, cuando el varón nacido de la unión con Germana falleció a las pocas horas de nacer, lo que hubiera supuesto la separación definitiva de Castilla y Aragón, lo que los separatistas llamaron «la ocasió perdida». Carlos I pudo gobernar como rey de las Españas. Fernando el católico inspiró el libro «El príncipe», escrito en 1513 por Maquiavelo, y este elogió al rey de esta guisa: «Ninguna cosa le granjea más estimación a un príncipe que las grandes empresas y las acciones raras y maravillosas. De ello nos presenta nuestra era un admirable ejemplo en Fernando de Aragón, rey de España». Un Rey admirado en Europa, odiado en España, un luchador inteligente que consiguió que una potencia periférica pudiese llegar a dominar Europa. Lideró las hazañas más extraordinarias del medievo, conquistó Nápoles, derrotó a los franceses que huyeron despavoridos de sus posesiones transalpinas, supo tener a sus órdenes a gente extraordinaria como el Gran Capitán que vapuleó a todos sus enemigos, conquistó Italia, recuperó el Rosellón y la Cerdaña, los condados perdidos por su padre, ganó en contienda las plazas en Berbería, Granada, Navarra y descubrió América. Con todo ello formó un estado moderno que puso al servicio de su nieto Carlos I, con un inmenso patrimonio y las posesiones inabarcables en 4 continentes, derrotó al emirato musulmán en España lo que significó para la cristiandad un reforzamiento moral tras la pérdida de Constantinopla. Un ser extraordinario. Pero por encima de todo consolidó la unidad de España. El vell català. En su elogio, Maquiavelo lo calificó como el modelo a imitar en toda Europa y en capítulo 21º de «El Príncipe» lo consideró, «por fama y gloria el primer rey de los cristianos», artífice de la creación de un Estado moderno que interviene en Europa frente a la hegemonía del Papado y el Sacro Imperio. La figura del rey Fernando nunca ha sido fácil de catalogar, estimado por historiadores como Jerónimo de Zurita, odiado por el nacionalismo. Al principio de la Renaixença la figura del monarca fue muy elogiada. En 1846, en el libro «Hazañas de los catalanes», del historiador Antoni de Bofarull, le alababa por «reunir en una sola corona la de Aragón y la de Castilla y había hecho grande a la de España». El viejo catalán, cuánta grandeza de antaño frente a la vileza de ahora.