Opinión

Volver

La literatura, la poesía y la canción tienen como lazo común cierta melancolía. También la historia se une a este común denominador que identifica lazos que nos unen y desunen, desconciertan y hasta conducen a la guerra más incivil, porque todas llevan un enemigo interior que siempre retorna. Carlos Gardel, intérprete de una Argentina que trataba en su tiempo de identificarse, cantaba un tango de 1934, que compuso con Le Pera, y se titulaba «Volver». Decía en su siguiente verso, «con el alma marchita». Y, en cierto modo los regresos se producen muy a menudo como una inexplicable y dolorida necesidad. Se retorna, agotada ya la posibilidad de avanzar. Sucede con los seres humanos y hasta con los pueblos que no dejan de ser agrupaciones de individuos que tratarían de evitar frustrantes ilusiones colectivas. Trataron de ir, aunque regresaron con el alma marchita. El escenario sentimental de Gardel –y los pueblos se mueven a través de sentimientos, a la vez que por intereses– parecía imborrable. Nada podía hacernos pensar que aquella vieja idea, entendida ya como caduca, de las dos Españas irreconciliables podía retornar. No sólo dos, también podrían ser tres o despedazarse la piel de toro a tiras hasta convertirla en irreconocible. ¿Cuántas Españas o retazos están hoy en juego? Dividida en mitades, parece hoy que irreconciliables, en cada una bullen toda suerte de ideas, ideales y hasta paradojas. Se judicializó la justicia en mala hora, clara maniobra para que otros cargaran con los demonios que se habían ido cultivando y ahí estamos, en una dispersión que abruma a la ciudadanía que, al margen de políticas tan personalizadas, quisieran vivir con menos algarabía, ya que el sonido de fondo del momento político resulta ensordecedor. Se escuchan gritos, no argumentos y hasta insultos generalizados en una clase política que parece extraída de las cloacas. Las dos, tres, cinco Españas, el país diseñado como suma de patrias, de autonomías, de regiones y nacionalidades, la España o las Españas, el retorno a nuestras peores esencias ¿hasta dónde puede conducirnos?

Volvemos a tiempos que creímos superados. Durante una Transición que, conviene admitir, se realizó bajo los auspicios de los EE.UU., del ejército y del poder judicial franquistas, se nos convenció de que juntos superaríamos un atraso social inmerecido. Y así fue. No quisimos entrar en la OTAN, aunque se hizo, porque la UE lo exigía. Pasamos al euro sin rechistar, nos modernizamos algo y fuimos dejándonos toda suerte de pelos en las gateras de esta historia reciente que ahora, melancólica y hasta rabiosa, pretende dar marcha atrás y con el freno puesto. En algún momento se cruzaron los cables de la melancolía y despertaron las descalificaciones, aparentemente superadas con los años. Se han vuelto a oír los ataques contra los comunistas que tanto hicieron por el proceso democrático, renunciando a partes esenciales de su ideario. Ahora andamos a vueltas con Venezuela, como si su devenir reciente constituyera el modelo de algo. ¿Es equiparable la España de la UE con un país que soporta tantas dificultades económicas, dos gobiernos, fruto de fórmulas no siempre electorales y diversas? ¿Hemos de plantearnos con dramatismo si somos nacionalidades o podemos calificarnos como naciones? La solución del igualitarismo, el pan para todos, tampoco resultó eficaz. Nuestra Constitución no fue modélica. Se construyó a retazos y con múltiples concesiones que ahora se entienden como excesivas. Observamos que, crecido el niño, la ropa se le queda corta. Necesitamos, pues, una reforma consensuada que nos permita sobrevivir unos años –que no parecen fáciles– en una vivencia colectiva, a la que nadie debería volver «con la frente marchita».

Creo que ninguna de las dos Españas que helaban el corazón de Antonio Machado puede resolver por sí sola una situación que se tornará más y más compleja a la vista de la situación internacional que se avecina. Decae la gran civilización cristiana occidental y las fuerzas emergentes proceden de otras mentalidades y culturas, a las que deberíamos irnos adaptando. La supremacía que proclama Trump y que ejerce hasta hoy EE.UU. trata de defenderse con escasas y pobres ideas éticas. Tampoco asoman por el otro lado principios que coincidan con los ideales que nunca practicamos. El mundo se nos torna hostil y avanzan los neofascismos, tal vez sin rasgos tan amenazadores como los de antaño, aunque habrá que verlo. Los orígenes de nuestras civilizaciones son poéticas, míticas, aunque alguna -como la judeocristiana- no exentas de violencia. Conviene admitir, sin lugar a dudas, que el clima postelectoral en las Españas se está tornando irrespirable. Hay quienes hubieran deseado terceras o cuartas elecciones, aunque no es un problema de quién vota a quién o a qué. Se trata de no caer en la tentación gardeliana del alma marchita. Lo más sencillo es la autocompasión que puede conducirnos a desastres colectivos. Creo que ya somos muchos los que no deseemos retornar al pasado de las dos Españas. Tal vez una tercera lograría salvarnos, el oportuno puente, la apaciguadora, comprensiva e integradora, la que trazara el buen camino hacia un mejor puerto.