Opinión

El último hombre

Se fue el último hombre en la tierra. Después de Kirk Douglas ya no hay estrellas a las que imitar las suelas de sus zapatos. Los actores perdieron la dignidad de humanos, y ahora son, como todos los demás, entes que pasamos gaseosos entre las nubes esperando a que el sepulturero nos dé la vez. Cuando Kirk Douglas arrastraba los pies, volaba, que es algo vedado a nuestra condición de plasmas. El tipo duro hizo de hijo de puta y de héroe sin que se nos desprendiera el gesto del hoyo y la mirada de un eterno, lo que no existe, inexplicable como el mismo cine. Los obituarios son novelas de las que sabemos el final, por eso es banal escribir de alguien al que dejas que te mire por encima del hombro sin perdirle una disculpa. Tuvo entre sus manos guiones que hicieron alucinar la literatura antes de que se inclinara por los estupefacientes y a directores que se hicieron genios con un ojo cerrado. Apetecía fumar cuando lo hacía Kirk Douglas, el hombre que vomitó cuando dio una calada a un pitillo y acabó firmando dos cajetillas al día. Hasta que su padre murió de cáncer. Apetecía beber, seducir, ser el malo de «Cautivos del mal» y el buen soldado de «Senderos de gloria». Era de los de antes, el actor que se vestía por los pies antes de que les salieran muñones, valiente como todos los nacidos entre las guerras y levantaron su propia identidad con la herencia de la miseria. Ya no hay hombres, la ausencia de Kirk Douglas certifica la extinción de una especie que un día fue feliz y atormentada porque vio manar sangre como la leche y a rubias platino inclinarse en la barra de los bares para probar que por mucho que lucieran, chico, tú eras la estrella.