Opinión

Estados de emergencia

Que haya que declarar el estado de alarma, excepción o de sitio no es ninguna broma. En su conjunto esos tres estados pueden calificarse como estados de emergencia y, como se sabe, se acuerdan cuando concurren unas circunstancias extraordinarias que hacen imposible el mantenimiento de la normalidad mediante los poderes ordinarios. Son tres estados que gradualmente acentúan la contundencia de la respuesta del Estado y pasan, según el caso, por la suspensión de derechos y libertades fundamentales.

Es una obviedad que no precisa de más precisiones que la referencia a tales figuras debe hacerse con rigor, y no me refiero a que deba acudirse a los supuestos legalmente previstos para su declaración. Tal rigor es extensible a la mera referencia a los mismos, precisamente para no crear una mentalidad que vea como normal apelar a unas medidas extraordinarias que, repito, pueden implicar la suspensión de derechos y libertades.

Ajeno en principio a esas figuras es el «estado de emergencia climático», posibilidad que ya se ha hecho realidad en Europa, en España y en ciertas ciudades. En Europa el Parlamento Europeo así lo declaró el pasado noviembre; por su parte España ya se había adelantado por dos veces: una en septiembre y ahora lo ha reiterado el pasado mes de enero y ciudades como Madrid o Barcelona han seguido por la misma senda. Y lo mismo otros países, hermanados todos en un movimiento globalizado ante el llamado cambio climático.

Adalid de esa mentalidad de permanente emergencia son personajes como Greta Thunberg, que nos quiere llevar a un estado de excepción planetario. Afirma así que «no quiero que tengas esperanza, quiero que entres en pánico» o que no hay derecho ni libertad que tenga valor alguno capaz de oponerse a las medidas que deban adoptarse ante estas amenazas; y por ir a un detalle que ya no es tan anecdótico, justifica hasta no ir al cole: «¿Por qué debería estar estudiando por un futuro que pronto podría dejar de existir?»; en efecto, si esto se va al garete ¿para qué estudiar?, en un estado de emergencia, excepción o de sitio ¿abren los colegios?

Como digo tal emergencia medioambiental es ajena a los otros estados legales de emergencia civil, pero mal o maliciosamente gestionado puede llevarnos a unos efectos desasosegantes. Porque una cosa es la concienciación, la preocupación por el deterioro medioambiental y otra cosa bien distinta crear un estado de crisis global, un ambiente psicótico propicio para quienes gustan de ver enemigos y peligros que justifiquen su querencia por todo lo represivo.

Aparte del medio ambiente hay otros apocalípticos que participan de la misma lógica, por ejemplo, lo que rodea a la imposición de la ideología de género. Tomando por pretexto la violencia sobre la mujer se va gestando otro estado de emergencia –ya de excepción–, que suspende concretos derechos y libertades. Ahí tenemos la censura en el hablar, la expulsión de la vida civil a quien no comparta sus postulados o, en fin, ahí está la ministra de Educación expropiándoles a los padres a educar a sus hijos conforme a sus convicciones.

Estas psicosis plantearias primermundistas le vienen al pelo al neocomunismo. Así, está diagnosticado que busca su argumento para este siglo no tanto en la apolillada lucha de clases como de sexos o se erige sarcasmos de la vida- en adalid del medio ambiente. De esta forma la mujer ocupa el puesto del proletariado o campesinado oprimido y el hombre el de orondo capitalista, lo mismo que la naturaleza indefinida o los animales van ocupando el lugar hasta ahora reservado a esas categorías siempre explotadas y oprimidas.

Mal vamos si nos metemos en una lógica que va justificando verdaderos estados excepcionales tan queridos por quienes anhelan recortar derechos y libertades; mal vamos si dejamos que se apropien del título de buenos gestores de tales cuestiones, los enemigos declarados de los derechos y libertades, gentes que en puridad no saben gobernar sino castigar y prohibir, y que como expertos en agitación y propaganda crean enemigos que justifiquen su afán represor; mal vamos si al atribuirles ese monopolio se les legitima para que la consecución de sus postulados ideológicos sea cuestión siempre de emergencia nacional, luego colmarlos exige exceptuar derechos y libertades.