Opinión

La 'Isla de las tentaciones' y el 'Festival de Sanremo': ¿telebasura o telerealidad?

Todos sabéis que además de trabajar como colaborador en diferentes medios de comunicación soy un apasionado de la caja mágica, la televisión y todo tipo de programación que sigo por el impacto extraordinario que siempre ha tenido en la formación y, a veces, la manipulación de la opinión pública. Esta semana ha sido especialmente interesante desde un punto de vista televisivo. Además lo ha sido a doble banda, por un lado en España se ha consolidado en extraordinario éxito del programa de entretenimiento del año de Mediaset, La isla de las tentaciones, por el otro, en Italia se ha vuelto a dar el fenómeno de todos los años, el Festival de Sanremo. Mientras el programa de Mediaset confirmaba sus más de tres millones de espectadores y más de un 23% de cuota de pantalla, Sanremo durante toda la semana superó el 52% de cuota y sábado en la ‘finalissima’ el 62% con puntas del 75%....¡sencillamente brutal!

Frente

a estos sonados éxitos se repite la pregunta relacionada con el tipo

de programación y del porqué de estos éxitos de los que para

muchos son programas superficiales, ‘telebasura’ u otras lindezas

con las cuales se destroza este tipo de programación y

entretenimiento.

He

repetido hasta la saciedad en mis distintas intervenciones en los

medios durante los últimos años una frase que, lejos de pretender

convertir en provocadora, refleja con absoluta seriedad parte de la

filosofía de mi trabajo con líderes empresariales, pero sobre todo

políticos; a todos cuantos tengo el honor de entrenar 'les obligo',

literalmente, a ver programas como 'Supervivientes' o 'La Isla de las

Tentaciones'. ¿Sorprendente?

¿Provocador?

A muchos podrá parecérselo.

A mí

en cambio me parece un ejercicio de lo más provechoso.

¿Quién

puede atreverse a ser juez?

Dijo

en cierta ocasión uno de los mayores genios cinematográficos y

televisivos, Federico Fellini, que la televisión, como medio de

comunicación, 'es el espejo donde se refleja la derrota del sistema

cultural'. Así de

serio... así

de

rotundo... así

de

dogmático.

A nadie se le escapa que, cualquier producto destinado a lo que

muchos 'snobs' llaman despectivamente 'la masa', no está tejido

precisamente con los hilos de la excelencia. 

Perfecto.

Parece un argumento tan simple que es difícilmente, no ya rebatible,

sino ni siquiera debatible. Ahora bien, llegados a este punto, me

permito preguntar: ¿qué es la excelencia? Y pregunto esto en voz

alta con la autoridad que me confiere el haber consumido buena parte

de mi vida profesional exigiendo a gritos la meritocracia a la hora

de seleccionar a los mejores para ocupar puestos de liderazgo en

grandes corporaciones. 

Dicho

lo cual, en ningún lugar está escrito que debamos ser tan

exclusivistas que nos permitamos llegar al punto de despreciar a una

ingente mayoría de la población, de la ciudadanía, cuyo voto vale

lo mismo que el nuestro, y que no alcanza -da igual cuáles sean las

razones- ese nivel de brillantez, de exquisitez o de simple

afectación,

según

cómo

queramos verlo. ¿O no es más cierto que sobre estos despreciados,

aunque seguidos por audiencias millonarias, productos televisivos lo

único que planea son las pulsiones más

básicas

del ser humano? Hablando en plata: la infidelidad, la traición, la

delación o en muchas ocasiones la pura vulgaridad.... ¿Puede

alguien, con el corazón en la mano, atreverse a asegurar que estas

'desviaciones' de los puros y prístinos valores 'morales' o éticos

no son comunes y transversales a todas las clases y grupos sociales?

Sí, a todos... desde los más altos hasta los más bajos. Y es que,

la élite y la marginalidad, o así considerada, si tienen algo en

común entre otras cosas es la de estar construidos del mismo

material humano.

Podría

añadir

mucho más, pero creo que con lo que he esbozado sería

más

que suficiente para mover a la reflexión a todos cuantos levantan el

mentón despectivamente cuando alguien reconoce prestar alguna

atención, siquiera de cuando en vez, a alguno de estos formatos que

en España lidera desde hace años con un sobresaliente dominio del

lenguaje televisivo MEDIASET.

Por

otro lado y pasando al fenómeno italiano, Sanremo. Este programa

concurso de canciones, casi siempre desenfadada, desde hace mucho, no

solo da un gran espacio a la canción de autor rica en

reivindicaciones sociales, sino también a presencia constante de

monologuistas y espacios dedicado a temas sociales. Este año el

acento ha estado puesto en la violencia de género, lacra no solo en

España sino a nivel mundial, derechos lgtbi, derechos humanos en

general. Es decir que se ha convertido en el eco más importante de

todo el año para poner encima de la mesa los problemas que más

afectan a la sociedad.

Señores

políticos:

¡llaneza!

¿No

habíamos convenido ya hace tiempo que nuestros políticos no son más

que una lógica proyección, mero muestreo matemático, del grueso de

nuestra sociedad? Estaremos de acuerdo por tanto en que más

les valdría

aprender a considerar, a valorar, a manejar y a conllevar las que no

son más que pulsiones y pasiones humanas naturales, desde las más

excelsas hasta las más execrables. Llegados a este punto, que nadie

se haga líos; no estoy abriendo una mínima rendija a la comprensión

de actitudes reprochables y condenables como la corrupción, el abuso

o la falta de escrúpulos a la hora de ejercer una responsabilidad

pública, cualquiera que esta sea. Pero sí afirmo que quien aspire a

liderar a su gente, a su pueblo, debe conocer de qué

madera están

hechos quienes lo componen... madera que es, por cierto, idéntica a

la suya. 

¿Telebasura

o telerealidad?

No

seré yo quien se atreva a señalar a los sesudos académicos de la

RAE por dónde deben ir los tiros de su catalogación

lingüística.

Pero sí

que les invitaría

a darle alguna vuelta a esta idea: ¿todo producto televisivo que

tenga que ver con el ocio debe ser aburrido, excelso, incoloro,

inodoro e insípido? 

¿Cuántos

de los que afirman ver SOLO los maravillosos reportajes del mundo

natural o especializados en alta literatura dicen la verdad?

Yo creo, sinceramente, que los españoles deberían aprender de Italia y en vez de demonizar, machacar, criticar los formatos comentados, podrían usarlos más, añadiendo contenido más profundos y sociales dentro de espacio de puro entretenimiento. ¿Quién ha dicho que un Sálvame, Supervivientes etcétera no pueden contener momento socialmente intensos? ¿Quién prohíbe a los guionistas de hacer guiños a un público que busca también contenidos más didácticos?

Me permito rematar esta pieza con una frase de Miguel de Cervantes en su obra cumbre, El Quijote; más concretamente en la memorable pieza del Retablo de Maese Pedro: 'Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala'.

Esto

mismo, con toda mi humildad, pero con la experiencia de casi tres

décadas, les digo a mis políticos: '¡Mirad a la calle! ¡Sentid

como ellos!