Opinión
No al dolor
Apenas existen en España 290 unidades médicas de cuidados paliativos. Seiscientas si, en lugar de preguntar a los médicos, creemos a los gobiernos autonómicos. Lo cierto es que, de las 450.000 personas que mueren al año, 150.000 presentan circunstancias complejas y la mitad de ellas no tienen una de estas unidades a su disposición. La consecuencia es que mueren mal y sus parientes lo pasan fatal. Es el caso de la señora o el señor que te dicen: «Lo de mi padre fue un infierno, nadie hacía nada…» A pesar de ello, ni hay Ley Nacional de Cuidados Paliativos ni la va a haber. Lo que nos ofrece el Gobierno, en sustitución, es una Ley de Eutanasia.
La diferencia principal es que los paliativos buscan eliminar el dolor y mantener dormida y tranquila a la persona hasta su muerte natural. La eutanasia acorta la existencia, a menudo duplicando la dosis de sedantes y provocando la muerte. Tan sutil distancia supone un gran cambio social. Porque de la precipitación de la muerte se infiere que dejemos de valorar suficientemente a las personas en el final de la vida. Como si tuviesen menos importancia o dignidad que el resto. De hecho ¿por qué la eutanasia sólo para los terminales o crónicos? ¿Por qué no para todos? Hay un menosprecio hacia los enfermos. Salvo que se pretenda la Ley de Eutanasia como inicio de un camino «a la holandesa» o «a la suiza», como vía al suicidio libre universal.
En la presentación de «Los últimos días» (Digital Reasons) del doctor Manuel Serrano, se han revelado interesantes casos prácticos de enfermos terminales que llegan a las unidades de paliativos desesperados y exigiendo la muerte inmediata y que, después de una cura de sueño de 12 horas –tras semanas o meses de no poder pegar ojo– afrontan el final tranquilamente, sin dolor y con sus allegados cerca. Preguntado sobre las razones de la gente para querer morir, el doctor Javier Rocafort, que ha acompañado a 5000 enfermos en este proceso en el Centro de Cuidados Laguna, de Madrid, refiere el miedo (no voy a poder respirar… me ahogaré) y el deseo de no constituir una carga para otros. En Laguna lo afrontan explicando al enfermo que no se sufre al morir, que se muere dormido, y favoreciendo los lazos familiares y sociales. El resultado es espectacular. Sólo tres enfermos han pedido la eutanasia entre esos cinco mil. Se distingue poco que la persona crónica o terminal necesita de sueño, ternura y tratamiento psiquiátrico. Por lo demás, morir es natural y universal. Pero desearlo es patológico. El individualismo presenta la eutanasia como un logro de autonomía personal. Pero es sólo la culminación de la atomización social. La soledad hasta en la muerte.
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