Opinión
Exportar feminismo
Tendríamos que exportar calabacines y patatas, y científicos y pintores y un relator antiindepe, pero lo que propone la ministra de Exteriores es vender feminismo, que es como si en un mercadillo callejero solo se expandiera el Satisfyer y bragas, que llega el 8 de marzo, y además usadas, al modo de los fetichistas de internet que ya no sé si son pirados, pervertidos o delincuentes del «sí es sí», o al revés, que empiezo a liarme. «Niña, que llevo tanga y de cuello vuelto», vocean las gitanas en el piojito de Cádiz entre el revuelo del marujeo de Kichi. El feminismo, en boca del Gobierno de la igualdad y la teoría del todo, que es la ecuación Ábalos, se convierte así en una mercancía que no choca, por ser nada, con los aranceles de Trump. Hablamos de entelequia de procedencia fantasma, humo a precio de risa para que lo compren titulares de periódicos y parrafadas tertulianas. El feminismo forma parte del nuevo modelo económico para empoderadas como Delcy Rodríguez. En Venezuela, a estas alturas del año van más de 50 mujeres asesinadas. A Maduro se le pone por delante Irene Montero y le recordaría que su revolución «se volvió feminista» en la que dar a luz es con cierta frecuencia un fundido en negro. Pero a quién le importa lo que pase en Venezuela, y menos a las mujeres. Exportar feminismo es como ofertar nubes, a qué huelen las nubes, mientras aquí nos abonamos a la sequía del terruño y al vendaval de imposturas. España ha quedado para equilibrar la balanza de pagos con verborrea inclusiva mientras las adolescentes baleares o las caídas por el machismo bandolero quedan sepultadas en una chispeante frivolidad.
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