
Opinión
Nombres
Mientras Pablo Iglesias se dispone a soplar a Venezuela e Irán los secretos del CNI, como es su deber y muestra de gratitud a sus promotores, he conocido a una mujer, guapísima por cierto, muy «sí es sí», llamada Berenice. Indagué los motivos de su nombre. En España escasean las berenices, en tanto que en México, Colombia y Venezuela abundan en demasía. Le pregunté si existía en nuestros viejos territorios de América una Virgen de Berenice o una Santa con el mismo nombre. Respondióme que no tenía puñetera idea al respecto. Berenice es nombre muy habitual en las telenovelas, de tal forma, que de no existir un personaje femenino llamado Berenice, la telenovela fracasa estrepitósamente. El único dato que pude sonsacar a Berenice tiene mucho que ver con la desavenencia conyugal. Terminaba de divorciarse de su sexto marido, por el que sentía una resolana de amor, pero por causas ajenas a mi voluntad y a la de todos mis lectores, sus inversiones mal encaminadas le habían llevado a la quiebra. Y como es lógico, Berenice solicitó el divorcio. Su esposo se llamaba –y se llama–, Yusnavi López del Tojo y Camprodón, de ascendencia de la Castilla Alta, cumbre del Románico, entre Burgos y Aguilar de Campóo.
Finalmente, Berenice claudicó, y me reveló la etimología de su nombre. La B sustituyendo a la V, camufla su procedencia. Berenice no es otra cosa que «Very Nice», Verenice, Berenice. Su fracasado sexto marido, Yusnavy, tampoco se ampara en el amplio Santoral de la Iglesia. Los yusnavi, que ya suman decenas de miles en la América que fue nuestra, tiene como origen el respeto por la Marina norteameriacana. «Us Navy», «Usnavy», y finalmente «Yusnavi». Me sentí profundamente emocionado.
En el decenio de los setenta, ya fallecido el General que ganó la guerra a los comunistas, el Registro Civil se esponjó y permitió toda suerte de nombres. Desde María de la Constitución hasta Kelvinátor López. En el Registro de Jerez de la Frontera, se hace constar el nacimiento de Kelvinátor López y Montiel. Sus padres, adquirieron en el comercio del ramo, un frigorífico –antaño nevera–, de la marca Kelvinator, y tan agradecidos estaban a sus gélidas prestaciones, que decidieron bautizar a su hijo con el nombre de la prestigiosa marca. El párroco accedió y San Kelvinátor ascendió a los altares.
Narro, una vez más, la gran victoria registral del varón, hijo de don Aurelio Pito y doña Segismunda Pequeño. Pusiéronle de nombre Ramón Luis, en homenaje a sus dos abuelos, don Ramón Pito y don Bernabé Pequeño.
Pero en el colegio, cuando el jefe de estudios entregaba sus notas semanales a Ramón Luis Pito Pequeño, se oían risas. Ya en su mayoría de edad, don Ramón Luis presentó una instancia ante el Ministerio de Justicia para terminar con su peculiar martirio onomástico. Y al cabo de un año se aceptó su demanda. Hoy, Don Ramón Luis Pito Pequeño se llama Rafael José Pito Pequeño, porque lo que le torturaba –y lo comprendo–, era lo de Ramón Luis.
En Misiones, la prodigiosa provincia de Argentina, que limita con Brasil y Paraguay desde las cataratas de Iguazú, conocí a un tipo formidable llamado Ultimatun Gravalosa. Lo de Ultimatun me sonó a jefe guaraní, hasta que Gravalosa me informó que durante la guerra de las Malvinas, se hizo hincapié en la prensa de Buenos Aires, del «ultimátum» del Reino Unido para que Argentina renunciara a Las Malvinas, en inglés las «Falkands Islands». Y el padre de Gravalosa, gran patriota, bautizó a su hijo como «Ultimatun», si bien en la actualidad se llama Rogelio, como es de suponer.
Y todo esto lo escribo, mientras Pablo Iglesias, por regalo de Sánchez, forma parte de la comisión del CNI. Un estalinista con datos de la OTAN, la defensa de Occidente y la actividad de Israel para libranos a los españoles de los Maduro y los ayathólas iraníes. Y Pablo Mezquitas erosionando la Seguridad de España, contra la opinión del Ministerio e Defensa y la cúpula militar. Vamos hacia el estercolero.
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A un paso del banquillo