Editoriales
La anomalía vasca: el PNV siempre gana
Las elecciones vascas tienen una particularidad: gane quien gane, siempre gobierna el PNV. El partido del sistema, el partido de la foralidad, el partido cuyos resortes de poder llegan a todos los rincones del territorio, el partido que es capaz de que pase desapercibido un desastre como el del vertedero de Zaldívar. Hay excepciones, claro, como cuando gobernó el Partido Socialista de Euskadi gracias a los votos del PP entre 2009 y 2012. Fue un periodo excepcional, como tantos en el País Vasco, que el socialismo no supo agradecer nunca. En 1986, pese a la victoria del PSE, lista que encabezaba el desaparecido Txiqui Benegas, fue el PNV, con los apoyos del resto de nacionalistas, el que llevó a Ardanza a Ajuria Enea.
Puede verse que el nacionalismo oficial tiene la capacidad de conseguir votos a uno y otro lado del espectro político, que en el caso vasco no se expresa entre derecha e izquierda, sino en un eterno conflicto territorial, que, en el fondo, es la única gasolina que consigue accionar tan implacable maquinaria como la que mueve el PNV. Previo a la moción de censura que acabó con Mariano Rajoy, consiguió un acuerdo que se traducía en una inversión de 540 millones de euros en el País Vasco, lo que aseguraba la legislatura. Meses después, traicionó lo acordado, pero obligó a Pedro Sánchez a cumplir con el Gobierno popular que acababa de dejar La Moncloa. La estabilidad política, como es fácilmente comprensible, no era su preocupación, sino, muy al contrario, el terreno idóneo para colmar la «agenda vasca». Basta leer lo acordado con el gobierno PSOE-Podemos para entenderlo, incluida la marcha de la Guardia Civil de Navarra, territorio que considera propio y que el PSE acepta. El lendakari Íñigo Urkullu decidió adelantar las elecciones autonómicas al 5 de abril para no verse afectado por el rebufo distorsionador del «proceso» catalán. La solidaridad entre nacionalidades oprimidas están muy –incluso lo de la pintoresca Galeus-ca en fin de semana–, pero el PNV quiere que sus asuntos se lleven de manera discreta y, sobre todo, que los privilegios forales no trasciendan y lleguen hasta Bruselas. Sin embargo, ha puesto encima de la mesa un nuevo estatuto de autonomía que, hasta el momento, no sabemos qué quiere decir, al margen de conseguir que se le transfiera la gestión de las pensiones. Es previsible que el PNV vuelva ganar las elecciones y que nada cambie en el gobierno de Vitoria, gracias a que el PSE volverá a darle sus votos. Según una encuesta de NC Report, los nacionalistas volverían a ganar los comicios, aunque con un leve retroceso en votos (-0,5%), pero que con el apoyo del PSE, que reforzaría su posición (con un crecimiento del 1,7%), se aseguraría la mayoría absoluta. Por otra parte, la hegemonía nacionalista no peligra, dado que EH Bildu fortalece su posición y siempre iría al socorro de PNV como es normal en toda la izquierda. Hay que partir del hecho de que el socialismo ha roto un tabú hasta ahora infranqueable: en Navarra gobierna gracias al apoyo de los abertzales y en Madrid su abstención es clave para la continuidad de la legislatura.
Desde esta perspectiva, la coalición formada por PP y Cs es útil y, según el mismo sondeo, permite estabilizar un nivel de voto (11,7%) no muy alejado del PSE (13,7%). Pero hay que borrar del horizonte la posibilidad de que el constitucionalismo –que ahora sumaría el 26,7%– puede arrebatar al nacionalismo su posición: aquello costó muertos que permitieron que el PNV avanzara sin grandes obstáculos. Ahora bien, es necesario que una parte de la sociedad vasca que no está representada por el ideario sabiniano y abertzale encuentre su lugar y evite la asfixia que se está viviendo en Cataluña. La catástrofe del vertedero del Zaldívar es un buen ejemplo de cómo la maquinaria del PNV ha sabido ocultar un suceso que de haber tenido lugar en otra comunidad –no digamos de estar gobernada por el PP– tendría otra dimensión. Esa es la gran anomalía vasca.
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