Opinión
"Moradovirus" en el Gobierno
Que nadie se engañe, este mes de marzo Podemos celebra su gran cónclave nacional «Vistalegre 3» o si prefieren «cubierta de Leganés 1», y como formación que ha pasado de las tiendas de campaña del «15-M» a las alfombras de La Moncloa necesita que sus primeros espadas con el tándem Iglesias-Montero a la cabeza, le lleven a la feligresía morada algún importante regalo bien envuelto y con lazo, que en este caso lleva el nombre de ley de libertad sexual, como añadido estrella a la subida del salario mínimo. Las prisas trufadas de estratosféricas chapuzas a propósito de la citada ley que pretende impulsar la ministra de Igualdad Irene Montero tienen todo que ver con una cita…de partido. Eso es todo.
Todavía no se han cubierto los primeros cien días de Gobierno –esos en los que todo equipo de recién llegados al timón del país suele disfrutar del beneficio de la duda– y ya han ocurrido las suficientes cosas como para haber calcinado a un ejecutivo después de toda una dura legislatura. El desgaste tal vez no se corresponda con lo que en otro tiempo y contexto ya habría tenido reflejo en el aumento de las expectativas demoscópicas por parte del centro derecha, todavía en proceso de mirar de reojo al de al lado, pero tiene mucho que ver, no tanto con el hecho inédito de un primer gobierno de coalición en España, como con las características políticas y personales de los socios con quienes Pedro Sanchez decidió compartir la mesa del consejo de ministros. Unos socios que, más allá de contemplar su particular y menguado «asalto a los cielos» como el transito de la pancarta a la gestión y la responsabilidad de gobierno por no decir de Estado, donde se mantienen pasados 56 escasos días desde sus tomas de posesión es en el mismo juego de las «performance», los golpes mediáticos de efecto y el culto a Instagram desde los despachos y los recién estrenados coches oficiales a costa por supuesto de hacer todo lo contrario de lo vaticinado por Sanchez «muchas voces y una sola palabra».
Las ingerencias de dirigentes podemitas miembros o no del Gobierno –y con un medido reparto de papeles– en los negociados de ministros socialistas o la crítica directa rayana a veces en el insulto –«machistas frustrados»– viene a confirmar dos realidades. La primera, que el partido de Iglesias va por libre cuando se trata de anteponer sus intereses ideológicos y partidistas a los del país y la segunda tal vez más preocupante, que es el propio presidente y su más cercana guardia pretoriana quienes no dudan en hacerlo bueno. Los responsables de Agricultura, Interior, Sanidad, Justicia y hasta la propia vicepresidenta primera ya saben cómo se las gastan sus socios y hasta de la impunidad que disfrutan en algunos de sus movimientos. Da igual que se pretenda poner patas arriba el mundo empresarial a costa del coronavirus sin encomendarse a Sanidad o que trate de abrirse en el Parlamento un proceso a la monarquía. Los días pares a «empujar» que diría iglesias contra los «machotes» del Gobierno que diría Echenique. Los impares, a cobrar.
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