Opinión

Decidir en tiempos revueltos

Entre los marinos está muy extendida la creencia de que los comandantes de los buques pueden clasificarse entre los de buen o mal tiempo. Los primeros suelen ser competentes y agradables cuando todo va bien, con la mar en calma y sin averías. Pero esto no siempre es así. Tarde o temprano, surgirá un problema y es aquí cuando las diferencias empezaran a mostrarse evidentes. Algunas personas se crecen en las dificultades: son los Comandantes de mal tiempo; aquellos con los que la dotación preferiría ir a la guerra o capear un temporal. Y los hombres y mujeres de abordo saben distinguir cual de los dos tipos de líder les ha tocado en suerte, aunque –naturalmente– tengan que guardar la debida discreción.
Es un tópico decir que es muy difícil acertar con las decisiones que hay que tomar para capear el temporal de la pandemia del coronavirus-19 que nos azota. Quizás sean complicadas las decisiones técnicas a adoptar teniendo en cuenta que es una enfermedad nueva. Pero los principios generales que debían inspirar a los líderes a nivel político creo que están más claros y seguirlos no requiere una extraordinaria inteligencia aunque si un gran valor moral debido a las previsibles graves consecuencias de sus decisiones. En el nivel más alto y conceptual de la defensa contra el Covid-19, se trata en elegir entre salvar vidas o bien, preservar la economía. Si no queremos dramatizar tanto, podríamos decir que en fijar el grado de esfuerzo en cada uno se estos dos campos que están enlazados. Como siempre que hay que decidir algo grave en la vida, no todos los datos son conocidos y la ética y motivación del líder, es fundamental. Para eso llevamos toda la vida preparándonos. Para aceptar la responsabilidad que viene con el poder.
Escoger entre salvar vidas o preservar la economía puede –a primera vista– parecer fácil. Naturalmente, elegiremos salvar vidas. En nuestro caso esto significara mantenernos todos encerrados en casa, paralizar la industria, los transportes y la mayoría del comercio salvo el de alimentación y sanidad. Con esto ganamos tiempo para que nuestro sistema sanitario pueda curar más enfermos mientras creamos camas hospitalarias, especialmente las de cuidados intensivos para enfermedades respiratorias. Mientras no se descubra la vacuna, la única manera de lograr la inmunidad es contagiarse y lograr curarse.
Pero tenemos que reconocer que cuanto más aplanemos la curva de infectados, más tiempo habremos paralizado la economía nacional y producido un daño a la riqueza nacional, que en el extremo de una larga pandemia, puede llegar a ser irreparable. Que el endeudamiento colectivo tiene un límite. Por esto, el verdadero líder debería reconocer que tiene que haber un punto de inflexión –llamémosle X– en el que deberá aceptar que pueden continuar muriendo algunas personas pero que hay que reanimar la actividad económica en un cierto grado. Antes de llegar a X habría que alcanzar otro hito: el momento en que infecciones y muertes empiezan a disminuir, es decir cuando logremos aplanar la curva de infectados. El determinar el punto X no debería ser difícil intelectualmente. Pero sí será moralmente difícil de aceptar. Siguiendo lo que simbólicamente dice la Biblia, en la décima plaga, cuando el ángel exterminador acabo con todos los primogénitos de Egipto, la ejecución no debió ser complicada –bastaba reconocer las marcas de sangre de cordero en el dintel– pero el proceso de la decisión hasta haber alcanzado ese punto, sí que debió ser estremecedor: ¿cuántas vidas de jóvenes egipcios valia la libertad de un hebreo?
Es evidente que el Covid-19 no infecta por igual a las personas jóvenes que a los mayores. Por lo tanto la decisión de reactivar la economía no debería ser neutral con la edad de los trabajadores. Hay una barrera de vulnerabilidad cerca de los 60 años. Los más jóvenes deberían volver a su lugar de producción antes, mientras que los de más edad seguimos recluidos en nuestros domicilios. Eso sí, adoptando ciertas precauciones especialmente en el transporte y en las distancias físicas entre trabajadores. Para tomar este tipo de medidas asimétricas –otra vez– hace falta un valor moral en nuestros líderes políticos que los acerque más a Moisés que a Groucho Marx. Tampoco la pandemia ha atacado por igual a todas las regiones españolas; por lo tanto la asimetría geográfica al alcanzar el punto X de reactivación industrial y comercial, debería aceptarse aunque conlleve un precio político en esta complicada España nuestra de las autonomías.
No veo mucho sentido en tratar de unificar la estrategia contra la pandemia en toda España pero no intentar compartirla con nuestros socios europeos. Las medidas concretas pueden –y deberían ser– diferentes en las distintas regiones españolas o entre las naciones europeas. Pero los principios –la filosofía básica– para defender las vidas de los individuos y la economía de todos tendrían que ser idénticos dentro del espacio de la Unión Europea (UE). Una similar concepción de la movilidad y el transporte debería adoptarse tambien en toda la UE. A enemigo común, idéntica estrategia. Y de paso esto ayudaría a nuestros flojos líderes españoles actuales a soportar la responsabilidad de las decisiones a tomar cuando les puedan acusar de dejar morir a los viejos o de favorecer unas regiones sobre otras.
Saber qué hacer en un trance amargo no es tan difícil como parece. Aceptar el precio personal de las consecuencias de nuestras decisiones, es mucho más duro. La mar enseña que hay comandantes de buen o mal tiempo.