Opinión
Salud y economía
Según la tradición, sólo los ladrones nos obligan a elegir entre la bolsa o la vida. La pandemia les brinda a los gobernantes la posibilidad de hacer lo mismo.
Se dirá que esta identificación es errónea, porque existe la salud pública. Ante una pandemia, la autoridad puede violar derechos y libertades de la gente. A esto se aferra el antiliberalismo hegemónico, para propiciar su agenda intervencionista y anunciar, una vez más, la muerte del liberalismo. Su objetivo explícito es protegernos a todos, pero el implícito es evitar que la pandemia se traduzca en un derrumbe del respaldo popular a Warren Sánchez y sus secuaces.
Cabe objetar que la salud pública no exige de manera obvia un Estado mastodóntico que la imponga, organice, ni monopolice en exclusiva. Y también cabe ponderar el dilema salud vs. economía. La vida, naturalmente, es más importante que la bolsa, pero sin matizarlo nos podemos quedar sin ninguna de ellas, sin economía y sin salud, no solo por las enfermedades que serían potenciadas por la miseria, sino también por la falta de recursos para financiar la sanidad.
Los Gobiernos, el nuestro y los demás, insisten en que la combinación que han elegido es la óptima o la menos gravosa. Y eso es lo que no está claro, y puede estarlo menos con el paso del tiempo si las medidas económicas son ineficaces o dañinas: lo estamos viendo con el paro.
En Estados Unidos se ha objetado el plan de Trump, por su impacto en los contribuyentes y por atender a la demanda más que a la oferta. Como señaló Chris Edwards, del Instituto Cato, los políticos deberían centrarse en los tests y el equipo sanitario, para permitir que la economía se ponga en marcha lo antes posible. Esa combinación de salud y economía sería mejor que la de Trump, o la de Sánchez, basadas en avales, subsidios y transferencias, y con un añadido importante: limitarían la labor del Estado en la salud pública, en vez de intentar artificialmente «mantener la economía a flote con más deuda».
La estrategia predominante en España, por desgracia, es la contraria, a saber, aumentar la deuda todavía más. Eso sí, intentando que el riesgo lo paguen los contribuyentes holandeses, que ya se sabe que son insolidarios y repugnantes.
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