Opinión

Unilateralidad miope

Las primeras horas que siguieron a los brutales atentados del 11-M en 2004 brindaron un notable ejemplo de lo que nunca se debería hacer desde el núcleo de poder de un gobierno, cuando lo que se plantea es una emergencia nacional. El entonces presidente Aznar –estábamos en recta final de campaña electoral con Rajoy candidato del PP– recibió sugerencias en una doble dirección a propósito de cómo afrontar el desafío. De un lado, quienes le sugerían llamar al socialista Rodríguez Zapatero y al resto de líderes de formaciones políticas para implicarles en una estrategia de unidad común y de otro, quienes en el más cercano círculo de Aznar abogaban por cerrar filas en un gabinete de crisis impermeable pilotado solo desde el Gobierno. Desafortunadamente se impuso esta segunda tesis y el resultado es de todos conocido en forma de manifestaciones desleales desde la oposición y una jornada de reflexión contaminada. El Gobierno se quedó solo.

Desgraciadamente no siempre se toma nota de las lecciones de la historia reciente y hoy, tal vez ante el más grave desafío plantado sobre este país en décadas, la actitud unilateralista del Gobierno vuelve a adolecer de la altura de miras y sentido de Estado que exige la puesta en común con todo el abanico de representantes políticos. Tal vez alguien debiera recordarle al presidente Sánchez que, si complicado ya resultaba de inicio enfilar la gobernabilidad de la nación con 121 escaños, un obligado gobierno de coalición con la izquierda de Podemos y el apoyo nada gratuito del nacionalismo vasco y el independentismo catalán, incluso con los presupuestos generales sin estar ni esperarse, harto difícil puede plantearse con actitudes unilaterales la lucha contra la crisis del coronavirus. Los grandes desafíos requieren de grandes alianzas y complicidad patriótica.

Resulta paradójico contemplar como los teóricos socios del gobierno, cuya única finalidad no parecía ir más allá de una mesa negociadora sobre la situación territorial catalana, no dudan en desmarcarse cuando toca de las medidas derivadas del estado de alarma, mientras los grupos de oposición han apoyado desde el minuto uno la línea marcada por el Ejecutivo a pesar de no haber sido ni llamados ni consultados. La aplicación del artículo 155 en Cataluña fue el último ejemplo claro de unidad entre el constitucionalismo en un momento de especial gravedad. Rajoy no dudó en ir de la mano de Sánchez entonces jefe de la oposición y éste tampoco reparó en esfuerzos por mantener esa unidad. Eso es justo lo que demanda un país en el que un tal Santiago Carrillo y un tal Manuel Fraga no dudaron con el club siglo XXI como testigo en dejar de lado miserias ideológicas en beneficio de algo mayor como era la reconciliación de los españoles. Ver a Casado ofrecer su apoyo al Gobierno en el Congreso con Sánchez esquivándole la mirada resulta de todo menos alentador. Pura miopía.