Opinión
El ángel exterminador
El Gobierno nos tiene encerrados sin saber hasta cuándo. Depende de la cartera, unos defienden que estamos ya en el umbral del paraíso, y otros, que aún nos queda mucho para estirar las piernas, o estirar la pata. Estos ministros, a falta de respuestas, plantean juegos de mesa, como el Cluedo, para que nos entretengamos en descubrir al asesino. Igual está entre ellos. No sabemos nada, ni siquiera cuándo usar mascarilla, el que la tenga, y lo que es más grave, cuántos nos están dejando, la mayoría ancianos, sin que se les tenga en cuenta para que en un futuro su nombre adorne una lápida de los caídos en esta guerra. ¿O es que nadie hablará de ellos, como si los lanzáramos a una fosa común en la que sobra su historia, cuántos años tenían, cómo se llamaban sus hijos, qué hicieron en esta vida del carajo antes del último respirador? La asepsia con la que los llamados expertos dan cuenta del número de fallecidos, esa ausencia de sentimientos ante la muerte, provoca aún más escalofríos que su ignorancia. Replican una tabla de multiplicar como párvulos repipis, y cuando restan lo hacen con los dedos. Esa memoria de los que se fueron extraoficialmente, de tapadillo, se filtra por la rendija de una alcantarilla, agua pasada que desembocará en una tormenta de las que se relatan en la Biblia. Los exaltados del Gobierno, de estar en la oposición, tuitearían que se produce un genocidio de mayores, en pocos caracteres harían del duelo una revolución de difuntos y congregarían a sus fieles a una misa que rodearía el Congreso. Eso es también una distopía. Los ataúdes no cuadran con sus cifras. Ingeniería contable para contener el déficit y la ira. Se habla mucho pero no se dice nada. El Consejo de Ministros acabará convirtiéndose así en una escena de «El ángel exterminador», no podrán salir de la estancia y no sabrán por qué, ese debiera ser el castigo, nuestra venganza del no saber, y la de los abuelos. Se habla mucho pero se dice poco, más bien nada. Lo que hoy vale, mañana será un señuelo para adictos al engaño y la superchería. La mentira es el escudo de los holgazanes que nos animan a arrimar el hombro. Dejaremos de ser esclavos cuando el virus quiera no cuando lo dicte Adriana Lastra o Pablo Iglesias, censores de nuestras palabras, agitadores políticos sin respeto a los crespones negros. Piensan que aún viven en el mundo de antes del confinamiento. Cuando despierten, los que queden por aquí harían bien en recordárselo. Pensábais en el futuro pero vivíais en el pasado. Algún día los fantasmas no les dejarán dormir, sentirán ruidos extraños que no los cura el paracetamol.
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