Opinión

Hipócritas, lobos y mascarillas

Tiempos extraños. El Papa Francisco celebraba ayer los Oficios de Jueves Santo en una desierta basílica de San Pedro, como se pudo ver en la 2 de Televisión Española. A la misma hora –Canal 24H– en Congreso de los Diputados, con el aforo justo, debatía los decretos económicos y laborales defendidos –el agua y el aceite, que no se mezclan– por la vice Nadia Calviño y la podemita Yolanda Díaz. Por la mañana, Pedro Sánchez convocó a partidos políticos y agentes sociales a una reunión para explorar un futuro pacto, muerto antes incluso de ser alumbrado.

PwC, la consultora auditora en la que trabajaron Luis de Guindos y Jordi Sevilla, maneja un informe que augura un 29,8% de paro al final de 2020, es decir 6,9 millones de desempleados. La ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, aunque regatea, mantiene sus sospechas sobre los empresarios. Aitor Esteban (PNV) reclama al Gobierno que descubra qué es una empresa y que hay empresas que si se cierran un día, luego no se pueden volver a abrir. Mireia Vehi, de la CUP, que presume de ser más comunista que la podemita, a lo que también se apunta Gabriel Rufián, reclama más dureza con los empleadores. No parecen las mejores recetas para lograr las ayudas europeas. Esos días, también en La Moncloa, muchos presumen de haber leído la monumental biografía de Churchill –1.468 páginas, tan documentadas como amenas– escrita por Andrew Norton. Javier Solana sí la ha disfrutado hasta el último detalle, pero pocos más. El histórico premier británico tiene citas y anécdotas –también falsas– para casi todo, y entre las reales brilla ahora la que afirma que «muchos miran al empresario como el lobo que hay que abatir; otros lo miran como el caballo que tira del carro».

Sánchez ha encontrado en unos nuevos Pactos de la Moncloa su penúltimo mantra de supervivencia. Ni los desea, ni son posibles. La extrema derecha –Abascal– y la extrema izquierda –Iglesias– no los quieren y todavía menos los «indepes» de toda clase y condición. Los pactos quizá empiecen a explorarse la próxima semana, con el único objetivo del Gobierno de buscar un culpable público –a ser posible el PP– de que fracasen antes de nacer, mientras emerge el problema insoluble de las mascarillas. A una media de dos por semana y habitante, como en Corea, harían falta 360 millones al mes. Imposible y más cuarentena. Decía Ambroise Bierce que «el hipócrita es alguien que, profesando virtudes que no respeta, se asegura el beneficio de parecer ser lo que respeta». Hay muchos. Tiempos extraños.