Opinión

Melancolía

Pasan los días y la melancolía se me enrosca al corazón como una serpiente a la rama de un árbol. Sé que debo encontrar la forma de adaptarme. Y lo intento. Cómo no. Pero echo de menos a mi madre. Tan cerca. Tan lejos. Apenas a diez minutos de mi casa, pero solo presente por teléfono. Y extraño a mis amigos, a mis compañeros, las risas de los almuerzos compartidos y hasta las discusiones de tertulia. Será que el COVID19 me ha dejado flojo el espíritu. Y también, que ahora, en la recta final de la cuarentena de esta enfermedad de alas expandidas, no veo cerca la recompensa de, aun teniendo anticuerpos e inmunidad, poder acercarme a todos los míos que lo son, aunque tengan otra sangre. A ratos sueño con una tarde de sol en una terracita en torno a unas cervezas. Otros pienso en cafés y conversaciones. Y algunos, incluso añoro los callejones en los que algún día me perdí. Respiro, sí. Pero me falta el aire de la libertad que nunca se sabe cuánto vale hasta que se pierde. Son días complicados incluso para los privilegiados como yo, que los comparten con toda la familia directa. Sé bien, porque me lo cuentan aunque disimulen, que a quienes viven en soledad completa este encierro, a veces se les hace casi insoportable. La receta para llevarlo bien no existe. Cada cual ha de hacer lo que pueda con lo que le ha tocado para esta tiempo. Leer, escribir, soñar o no hacer nada más que dejar pasar el tiempo. Ojalá pase pronto…