Opinión

Pell

É sta es la columna que nadie desea escribir. La pederastia es siempre una materia viscosa, en la que inevitablemente parece quedarse algo de suciedad entre los dedos que escriben. También cuando se trata de un cardenal absuelto por unanimidad por el tribunal supremo de Australia. Porque la parte cobarde de la conciencia te susurra que no se saca nada defendiendo de pedofilia a un cura en las antípodas. Y la parte burguesa del cerebro subraya que hay mil temas más amables en el tintero. Sólo la honestidad confirma la decisión de una columna sobre monseñor Pell, el clérigo condenado en enero de 2019, después de que un jurado revisara una inicial absolución. Lo acusaron de abusos sexuales. El testigo era un hombre que se refería a su propia infancia y la de otro chico que había fallecido. Los hechos inverosímiles tuvieron lugar en una sacristía, con todos los ropajes de la liturgia, justo después de la misa. Para el tribunal máximo, las acusaciones no se sostienen. El cardenal, de 78 años, ha pasado 14 meses encarcelado, 400 días sin celebrar misa. Siempre ha sostenido su inocencia. Reitera, completamente en paz, que no guarda ningún rencor hacia su acusador. Cuando ha salido de la cárcel se ha comido un filete. Sí, yo también miro su foto minuciosamente. Escruto ese rostro tan rubicundo, tan típicamente irlandés. De ojos azules y rasgos bondadosos. ¿Y sí…? Monseñor George Pell vivirá los años que le queden con ese sambenito, esa cruz injusta. El máximo tribunal australiano lo ha absuelto y yo he hecho caso a mi conciencia. Si odias el delito, has de defender al inocente.