Opinión

Los caraduras

Entre los abscesos que ha reventado la pandemia figura destacado el ego de los filósofos, sabiamente instalados en los dulces pastos del futuro, territorios amables con las elucubraciones de pitonisos, echadores de cartas, agoreros y brujos. El presente, sucio de sangre, mancha. Les interesa menos: cabe la funesta posibilidad de que alguien pregunte por cuestiones de índole práctica. O que sus juicios sean testados en un par de horas. Cuánto mejor proyectar pirotecnias verbales con toda la beautiful jeta de unos funcionarios que seguirán igual que ayer, la nómina segura y las conferencias, congresos, simposios y cursos de verano asegurados hasta la jubilación y el colchón del emérito. Abundan las protestas transidas de mimos. Comparten el desdén por el prójimo de esos cómicos que hacen series de mucha risa porque no pueden pisar la calle. Como si la tragedia fuese su encierro y no la asfixia o el fallo multiorgánico de unos pacientes que hacen mutis sin más compañía que sus demonios, en unas salas dignas de una distopía espacial. Su dolor, acolchado, no alcanza las avenidas por las que suspiran los filósofos tristes con su boca de fresa, que ha perdido la risa, que ha perdido el color, que no tiene audiencias para vender entradas y explicar que el milenarismo acecha. Andan los campeones del asunto, reputadísimos doctos, apocalípticos profesionales, encantados de anticipar el fin de los tiempos y la vuelta al Sinaí o las praderas junto a Toro Sentado. El cierre de miles de empresas nos salvará del consumo, qué malo es, por la vía de hacernos solubles en la pobreza, que todo lo purifica y lo primero el estómago. Unos explican que vivíamos en la caverna. Otros confunden la avalancha de ataúdes con unas jornadas de retiro espiritual con los que restañar los motores del alma, podridos de libertinaje y libros bien editados, comidas suculentas, ropa de buen paño, alcoholes exquisitos, conciertos de la filarmónica, partidos de fútbol y en invierno viajes al sur. Allá va uno que considera que una revolución es el mínimo indispensable. Allá distingo al que pronostica la vuelta del comunismo pasado por las disertaciones pop y unas febriles disquisiciones sobre series. Quién sabe si entre las pocas cosas buenas que sacaremos no estará el descrédito de los vendeburras, marineros en tierra que explican cómo encallar las naves y retomar la dulce vida de los cazadores recolectores.