Opinión

La deslocalización sentimental

Somos casi tres mil millones de personas confinadas. Si algo ha dejado claro el coronavirus es que vivimos en un mundo globalizado. Con el avance del nuevo patógeno, los comportamientos se repetían al unísono. En Australia se acabó el papel higiénico antes que en nuestros supermercados. Algo que vimos después en Reino Unido o EE UU. Los afortunados que no hemos perdido a un ser querido durante esta pandemia y solo padecemos los estragos del confinamiento, tenemos mucho más en común de lo que pensamos. He preguntado a mi círculo qué es lo que más echan en falta. Se podría resumir así y en este orden: «La familia. Tomar una cerveza con mis amigos. Y si puedo ir paseando y hace sol, mejor». Se intercambia el contenido por vodka, vino o té, y la respuesta es universal. Nos sentimos únicos, pero en todos los continentes hay alguien hoy encerrado que sufre y desea lo mismo que nosotros. Desde un rincón de Teherán donde Abdulá echa de menos los abrazos, las reuniones y poder viajar a otro país, o de Nueva Delhi, donde el veinteañero Ambrish extraña además de su trabajo, «el dinero, el sexo, ir de compras y la comida para llevar».

En Lituania, a Roberta le falta socializar, conocer gente nueva. Hacer deporte y no sentir que los músculos se debilitan. «Ir a la oficina. Vestirme, maquillarme, ¡hasta peinarme!». Más al norte todavía, la letona Dita anhela interactuar con sus colegas, «las bromas, hablar de tonterías y reírse. Un tranvía abarrotado y esas pequeñas cosas que constituían nuestra vida. Sentir que todo está bien. Que en cualquier momento me puedo comprar unos billetes e ir a visitarte. Los conciertos y salir al teatro. Echo de menos la normalidad».

Francisco, desde Lisboa, también añora «el mar. El olor, zambullirse, o simplemente contemplarlo» así como «tomarse un café mientras observo cómo todo el mundo tiene prisa desde la mesa de al lado». En Senegal, donde hay toque de queda, de 20:00 a 6 de la mañana, Kara desea ir a los partidos de fútbol, interactuar en el trabajo, en seminarios o de viaje. «Ya no puedo ir al pub, ni tomar algo mientras debato sobre deportes y política». Algo similar a lo que extraña Kaela en Hawái, que ha perdido su empleo porque la isla donde vive se ha cerrado al turismo, y echa de menos hablar con gente nueva y compartir una sonrisa.

Mi amiga chilena Diana quiere volver a estar cara a cara, sin una pantalla de por medio. Como madre y esposa «echo de menos mi tiempo personal. El confinamiento nos ha quitado la libertad de ser mujeres y no sólo madres las 24 horas del día. Quiero poder recuperar aquellos espacios en los que te olvidas un rato de las labores del hogar y puedes disfrutar de lo que te gusta hacer a ti».

Volviendo a Madrid, desde donde escribo, la persona con la que comparto confinamiento, lo que más echa en falta es su «tierrina», su Gijón del alma. Quizá no lo verbalice así, pero allí puede estar con su familia. Tomar una sidra con amigos, y si puede ir paseando y hace bueno, mejor.