Opinión

¿Unos pactos de La Zarzuela?

No parece que el actual presidente del Gobierno esté en condiciones de alcanzar un gran pacto nacional para hacer frente a la situación más crítica que vive España desde la muerte de Franco. Pedro Sánchez carece de liderazgo para tal empresa histórica y de un gabinete sólido, homogéneo y competente. No cuenta con la mínima confianza de la oposición ni de los personajes históricos de su propio partido. Es el principal responsable político de la gestión de la actual crisis sanitaria, con más muertos por habitante que en ningún otro país. Las desavenencias en la mesa del Consejo de ministros entre socialistas y podemitas, por este y otros motivos, están a la orden del día. Tanto el antiguo secretario general del PSOE, Felipe González, como el líder de la oposición, Pablo Casado, se han visto obligados a salir en defensa de la Corona y, en realidad, del actual orden constitucional, cuestionados por el vicepresidente Pablo Iglesias con motivo del aniversario de la II República. Existe el temor de que Podemos pretenda aprovechar las circunstancias que atravesamos para romper el sistema. Entre unas cosas y otras, Sánchez no está en condiciones de liderar este gran pacto nacional.

El principal representante del Estado no es el presidente del Gobierno, aunque a veces el actual inquilino de La Moncloa parezca convencido de ello, sino el Rey Felipe VI. Dada la gravedad de la situación, el pueblo agradecería que fuera el Jefe del Estado el que convocara a todos –partidos, sindicatos, empresarios, intelectuales, etcétera– a ese gran acuerdo para sacar a España del atolladero. No tendría que salirse un ápice de su papel constitucional. En vez de Pactos de la Moncloa, esta vez serían Pactos de La Zarzuela. Correspondería al Gobierno la dirección técnica de los encuentros. Es de temer, como digo, que, si el Rey no toma las riendas, no habrá pactos. Será un fracaso colectivo con funestas consecuencias para España.

Estamos ante una situación de emergencia, que requiere actuaciones excepcionales. Corresponde a la Corona, cuya autoridad ante el pueblo y cuyo prestigio internacional siguen siendo altos, claramente por encima de la clase política, hacerse visible y útil en las presentes circunstancias. Es al Rey al que corresponde la convocatoria. Una vez firmados los pactos, haría falta un Gobierno de unidad, con personalidades de prestigio, que gestionara lo acordado por un tiempo determinado –dos años, en principio– antes de convocar elecciones. Me imagino que esta razonable propuesta es como arar en el mar. Pero, como dice Ortega, las naciones se forman y viven de tener un programa para mañana.