Coronavirus

Pierce Brosnan tampoco tiene quien le corte el pelo

Pedro Sánchez anunció el confinamiento y la principal preocupación de los ciudadanos fue correr al supermercado para comprar papel higiénico. En su particular idiosincrasia, los españoles sumamos rápidamente a esa nómina los pack de cerveza. Un vano intento de importar el bar de la esquina al domicilio privado. La peluquería tardó una semana en añadirse a ese trending topic. Hoy es el tema de toda «videocharla». La cuarentena se ha convertido en una carrera de ingenio para acicalar nuestro aspecto de náufragos. El encierro nos ha convertido en Robinsones domiciliarios. A las peluquerías, las solitarias y de barrio o las de esos trusts que son las cadenas, siempre se les ha regateado su importancia. A ellas solo se acudía una vez al mes más para arreglar la pelambre y que las ancianas aburridas rajaran del corazoneo mientras mataban la espera. Ahora resulta que el aspecto, que siempre habíamos considerado un capítulo de nuestro envanecimiento, es un artículo de primera necesidad que tiene a todo el mundo tirando de gomina para sujetar la cabellera rebelde.

A esta suerte no escapa ni Pierce Brosnan. Él siempre traía consigo un estilo Remington Steele que le había dado mucha popularidad y probablemente una larga carrera cinematográfica. Hay elegancias que son un talento innato: o vienen dadas o resultan imposibles de adquirir. Pero ni siquiera él ha aguantado este daño colateral de la cuarentena que es el desaliño de la apariencia. En Instagram ha subido una fotografía que es como una confesión de su propia humanidad y que lo aproxima más a uno de los vagabundos que retrató Don McCullin que a un Tenorio del espionaje. Si un tipo con su percha ha sido incapaz de mantener a raya las exigencias que requiere un estilo, los demás debemos darlo todo por perdido. De este encierro vamos a salir muy bien vestidos, pero greñudos y pálidos, como unos Apolos de la mendicidad. Ni los actores de Hollywood, que es nuestro panteón moderno, saben esconder los estragos que causa el cierre de las peluquerías. Ahora estos ídolos de carpeta arrastran un aspecto soberbiamente mundano. Se ve que sin estilistas, las estrellas de cine son tal vulnerables a la cotidianidad como nosotros.

Algunos han querido prevenir este aspecto de eremitas y han acudido a las tijeras con la esperanza de remediar semejante desarreglo. Pero este es un «selfie» que ha procurado enormes disgustos y que se ha revelado como una solución poco recomendable. Más de uno ha salido trasquilado, sobre todo los que viven solos. Esta es una perspectiva que ha animado a muchos a adoptar un «look» muy «hipster» y que en el fondo tiene bastante de resignación. La moda se ve que ya no depende de las tendencias, sino de si las peluquerías reabren o no.