Opinión

Dos generaciones golpeadas

Es cierto que el Covid-19 no repara en sexos, edades ni condición social. Todos en mayor o menor grado estamos siendo víctimas de una pandemia con consecuencias inimaginables tan solo hace unas semanas. Pero de manera especial son dos las generaciones que pueden acabar resultando las grandes damnificadas de una tragedia cuyas heridas dejarán cicatrices difíciles de borrar tal vez en años. Una es la de nuestros mayores, esos que lo dieron todo por brindarnos una vida mejor, que sufrieron una dictadura, que lucharon por las libertades y el estado de derecho que ahora tenemos o que nunca supieron lo que era viajar ni vieron el mar hasta que en su ocaso vital lo hicieron con la llegada del «Inserso». Esa generación que ahora se marcha de la más triste e injusta de las maneras arrumbados en residencias y hospitales, aislados en sus domicilios sin poder despedirse de los suyos, si recibir una sola caricia y víctimas de una selección deontológica que les sitúa detrás de los más jóvenes a la hora de priorizar en qué vidas deben volcarse los mermados efectivos.

La otra curiosamente es la de sus nietos, nuestros hijos, cuya perspectiva de futuro tenía que ser la de heredar un estado de bienestar más avanzado, más acorde con el siglo XXI y que sin embargo pueden convertirse en una generación marcada por acabar viviendo en peores condiciones que sus padres. Ellos ya habían visto mermado su afán por abrirse camino y venían especialmente castigados desde la brutal crisis económica de 2008 que truncó en muchos casos de raíz expectativas de emancipación, de empleo, de vivienda o hasta de no abandonar su entorno y ahora, cuando las heridas aún no estaban restañadas, cuando una luz se atisbaba en el siempre incierto horizonte, se topan con la amenaza de la mayor depresión desde la posguerra.

Esa generación -nuestros hijos- por la que no reparamos en medios y gastos para hacer que fuera la más formada de nuestra historia se enfrenta a un panorama de incertidumbres que acaban siendo certezas, como las probables de más empleos precarios y peor pagados con las consiguientes dificultades para el acceso a la vivienda tanto en compra como en alquiler y una situación de deuda desenfrenada en la que desembocará la lucha contra las secuelas económicas del coronavirus, que tendrá que ser sufragada entre otras vías por la presión fiscal. Valga el dato actual pasada la crisis de 2008 de los casi 25 mil euros que a día de hoy debemos cada uno de los 47 millones de españoles. Una generación en definitiva que verá mucho más lejos la edad de emancipación fiándola con suerte por encima de la treintena. Son, más allá de simples llamadas agoreras, datos de entidades como el Banco de América o Goldman Sachs. Tal vez por ello se haga mucho más perentorio dejar el post Covid-19, -la reconstrucción casi de posguerra por parafrasear la dialéctica del presidente del gobierno- en las mejores manos, que no serían otras más que las derivadas de un gran acuerdo, sin exclusiones ni miopías partidistas. Queremos un gran acuerdo nacional.