Opinión
El colapso de la economía española
Hace apenas un mes, los pronósticos de la mayoría de economistas sobre la magnitud del retroceso que previsiblemente iba a experimentar la economía española durante este 2020 ubicaban la caída del PIB entre el 5% y el 8%. Éstos ya eran por sí mismos unos augurios muy pesimistas, por cuanto equivalían a la mayor contracción de nuestra economía desde la Guerra Civil. Un mes después, sin embargo, esos pronósticos no han hecho más que empeorar: el propio Gobierno de España –en un primer momento, muy optimista sobre nuestras perspectivas de sobreponernos al colapso provocado por el coronavirus– acaba de reconocer en su Programa de Estabilidad 2020-2023 que su escenario base para el presente ejercicio es el de un colapso del 9,2% en nuestro PIB. De ser así, además, la tasa de paro se dispararía a finales de año por encima del 19% de la población activa y la deuda pública desbordaría el 115% del PIB: un mix que nos abocaría a una situación muy cercana al rescate (economía simultáneamente debilitada y muy endeudada es una pésima combinación). Sin embargo, y pese a la dureza de los números, es muy probable que se terminen quedando cortos.
Por un lado, no lo olvidemos, existe el más que cierto riesgo de que la actual desescalada fracase (no sólo en España, sino en muchos otros países): es decir, que conforme las medidas de distanciamiento social se vayan relajando, experimentemos una nueva ronda de contagios que nos aboquen a un nuevo cierre de la actividad y, por tanto, a un nuevo (y más duradero) desplome de nuestro PIB. El Gobierno está fiando todo su pronóstico macroeconómico a que, si bien la primera mitad del año habrá sido un desastre, la segunda mitad vivirá un crecimiento lo suficientemente vigoroso como para compensar, al menos en parte, la caída previa. Pero, ¿qué sucederá si esa recuperación parcial se ve truncada por un nuevo período de hibernación sanitaria que, por desgracia, nadie está en posición de poder descartar a fecha de hoy?
Pero, por otro lado y aun excluyendo el riesgo de nuevos contagios, existe un problema añadido: los fundamentos de nuestra economía se han deteriorado tan rápidamente durante las últimas semanas que las expectativas están teniendo que revisarse rápidamente a la baja. El propio Banco de España, en su último informe de coyuntura, alertaba de que nuestra economía podía desmoronarse más de un 13%. Y, desde luego, los datos que hemos ido conociendo esta semana apuntan claramente en esa dirección.
Primero, el hundimiento del PIB en un 5,2% durante el primer trimestre de 2020 fue mucho más profundo de lo que cabía anticipar. Como ya tuvimos ocasión de explicar en estas mismas páginas, el confinamiento domiciliario –y la consecuente hibernación de la economía– tan sólo se vivieron en dos de las trece semanas que comprendían este primer trimestre: para que apenas quince días hayan estropeado tanto los resultados económicos de 91 días, es necesario que durante esa quincena se haya vivido una auténtica calamidad (en particular, una contracción cercana al 40% del PIB). Segundo, otros indicadores de actividad están apuntando exactamente en esa misma dirección: el PMI del sector servicios se ha desplomado un 26%; las pernoctaciones en hoteles y el transporte aéreo han caído más de un 40%; el consumo aparente de cemento ha disminuido un 25%; el comercio minorista, excluyendo el gasto en alimentos, ha descendido más del 25%; y las matriculaciones de automóviles se han desmoronado por encima del 60%.
En otras palabras, tanto la información de cierre del primer trimestre del año como la información a la que estamos empezando a acceder relativa al segundo trimestre apuntan en una misma dirección: la crisis está siendo mucho más dura de lo anticipado y, por tanto, sus secuelas también serán mucho más duraderas. Es aquí, de hecho, donde debemos utilizar el concepto de “V asimétrica” que introdujo la ministra de Economía, Nadia Calviño, en su rueda de prensa.
Una V asimétrica no es más que una recuperación de la actividad en dos etapas: una primera etapa de reactivación a corto plazo de todo aquel tejido empresarial que no ha desaparecido durante la crisis y una segunda etapa de reconstrucción (o reestructuración) del tejido empresarial que sí ha desaparecido durante estos meses. Por lógica, cuanto más profundo –y devastador– esté siendo el desmoronamiento actual –y lo está siendo mucho más de lo que se había previsto– tanto más débil será la primera etapa de reactivación y tanto más larga y lenta será la segunda etapa de reconstrucción. Cuanto más empresas deban volver a nacer, tanto más tardaremos en regresar a la normalidad económica. Y, como decimos, a tenor de los datos anteriores, el empobrecimiento de España será más persistente de lo que los más pesimistas habían anticipado al comienzo del confinamiento.
¿Pero podemos hacer algo para evitarlo? Como es obvio no existen soluciones mágicas para aquellas empresas que o ya han cerrado o que van a cerrar durante las próximas semanas: ésa es una parte de la economía que ya ha fenecido y con la que, desafortunadamente, no vamos a poder contar en el futuro. Pero, en cambio, sí podemos hacer mucho para facilitar la recapitalización de las empresas descapitalizadas y para impulsar la creación de nuevas compañías durante los próximos meses. Cuando haya pasado la tempestad, nuestro país necesitará de mucho más ahorro para financiar la puesta en marcha de su tejido empresarial: y ese ahorro sólo puede venir o de dentro (es decir, de la austeridad de los propios españoles) o de fuera (a saber, de la austeridad de ciudadanos extranjeros que deciden invertir ese capital en nuestro país). Por consiguiente, urge fomentar o la generación de ese ahorro interno o la atracción de ese ahorro externo.
¿Cómo hacerlo? Con un clima de impuestos moderados y de regulaciones flexibles que vuelvan atractiva la economía española ante los ojos de cualquiera que se plantee invertir dentro de nuestras fronteras. Por desgracia, esa parece ser una política absolutamente opuesta a la que está planteando el Ejecutivo de PSOE-Podemos: los planes del gobierno socialcomunista pasan por subir masivamente los impuestos (sobre todo, y para más inri, aquellos que gravan el ahorro) y por añadir muchas más rigideces normativas. En tal caso, España no se volverá más atrayente para el ahorro y para la inversión, sino más repelente. Pero, en tal caso, la etapa de reconstrucción –el segundo estadio de la V asimétrica que nos dibujó Calviño– se asemejará más bien a una etapa de estancamiento en el empobrecimiento que de recuperación musculosa. Tan grave como el hundimiento que estamos padeciendo hoy puede serlo el marco institucional que se imponga mañana para gestionar la recuperación: con políticas equivocadas, no estaremos ante una etapa de reconstrucción económica, sino de destrucción de cuantas nuevas iniciativas podrían haber emergido para levantar el país. El pasado no podemos cambiarlo, pero sí deberíamos intentar reorientar el futuro.
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