Opinión

Orígenes católicos de Irlanda

Los romanos conocieron Irlanda en tiempos de Julio Agrícola. Supieron de los intentos de éste por fomentar su conquista, pero fueron desoídos en la Roma republicana y la empresa no fue llevada a cabo. Por el contrario, los romanos fueron significativos en Irlanda. Pueden observarse influencias romanas en ciertos aspectos de la cultura celta irlandesa, por ejemplo un alfabeto parecido al latino y en las modalidades de la guerra había ciertas similitudes.

Disponemos de tres fechas esenciales para conocer estas relaciones de un periodo histórico de conocimiento mítico:

· Un personaje coetáneo de la vida de Jesucristo: un «rey» del Ulster llamado Conchobar mac Nessa, del que sabemos que vivió entre los años 1 al 33 de nuestra era y que consiguió una cierta hegemonía sobre los otros cinco reinos que entonces existían en Irlanda.

· Otro dato es de la primera mitad del siglo V, es decir, del tiempo de San Patricio, que alcanza a la fundación del reino de Meath y se corresponde con el año 450.

· La tercera fecha es intermedia respecto a las dos anteriores, el año 275, en cuyo momento el rey del Connaugh, Cormack McArt, consigue una cierta hegemonía sobre el resto de los reinos irlandeses.

A través de estos datos, conocidos por sagas y tradiciones orales, puede observarse un cierto proceso hacia la unidad. A partir del siglo III, en las Crónicas del Bajo Imperio romano podemos apreciar que tal tendencia ofrece resultados: los romanos se ponen en guardia contra piratas irlandeses, que en estas crónicas se denominan «iverni», «escoti» y «atecati». Estos piratas atacan a los británicos y no se detienen, sino que llegan hasta el continente. Por ejemplo, San Jerónimo habla de los «atecotti» y dice que son crueles, depredadores y abominables. También en la «Notitia Dignitatum» de Nennius se habla de los «attecoti», dividiéndolos en dos rangos fundamentales, con alguna función específica: «juniores» y «seniores». Irlanda se va convirtiendo al cristianismo a través de estas primeras noticias. San Patricio, fue uno de los primeros evangelizadores de la naciente Iglesia de Occidente.

San Patricio fue un bretón romanizado que, en su juventud fue raptado por los celtas y continuó entre ellos como pastor de ovejas. Evadido de Irlanda, marcha a las Galias y permanece en el monasterio de Lerin y, más tarde, en el de Auxerre. Regresa en 432 para misionar entre sus antiguos raptores. Sus condiciones son excepcionales pues conoce la lengua y las costumbres del pueblo al que quiere evangelizar.

Autor de «Confessio», una especie de autobiografía en versos celtas. Organizó la Iglesia, adaptándose a los caracteres del pueblo celta, en especial a sus peculiaridades sociales en que todo se organiza en torno y alrededor del «clan». El jefe de cada clan cede un terreno para la Iglesia y el monasterio, y a cambio el Abad, nombrado por el jefe del clan, provee a las necesidades de la comunidad. Aquí se inicia la colaboración entre Iglesia y Estado, aunque no es propiamente Estado, ya que los celtas no alcanzan este concepto. El jefe del clan era, en muchas ocasiones, al mismo tiempo «obispo». El monasterio consistía en una serie de cabañas, con dependencias comunales como el refectorio. Pronto observamos un rasgo típico: la afición de los monjes al desplazamiento y los viajes, a los que se unirá el espíritu misionero.

Es fundamental destacar dos de estos misioneros, Columbano «el viejo» y Columbano «el joven». Columbano «el viejo» fue apóstol de Escocia, misionada por él entre 563 y 565. Funda un centro misionero en la isla de Iona y evangelizó a los «pictos». El cristianismo fue sucesivamente penetrando en las Orcadas y el resto de las islas que forman puete con Islandia, donde efectivamente accedieron.

Columbano «el joven» fue todo un carácter. Accedió a hacerse monje venciendo la oposición de su madre. Se marchó de casa y se fue a Bangor con el abad Congall. Cuando decidió ir a misionar si había hecho imprescindible en el monasterio y el abad se lo prohibió. Pero él hizo caso omiso y se fue con doce monjes al reino merovingio en la Bretaña francesa. Se adentró hasta el reino donde Clodoveo, en 507, había fundado la dinastía que culminó en el emperador Carlomagno. Los monjes irlandeses llevaban largas cabelleras, bastones, bolsas de cuero y vasos donde llevaba hostias consagradas. Entre los francos las señales religiosas eran débiles: «sólo permanecía la fe cristiana»; no tenían ni idea de la mortificación y la penitencia. Pero Columbano «el joven» y sus monjes impusieron la penitencia fuerte. Los monjes se confesaban dos veces diarias y la penitencia consistía en darse latigazos unos a otros. Sus fundaciones culminan con la del monasterio de Bobbio, de donde salió en el siglo XVII Jonás de Bobbio, su biógrafo.