Opinión

¿Fakes... qué fakes?

Todavía está por ver –pongamos como ejemplo la profesión médica– que exista algún tipo de condicionamiento por parte de los curanderos y los chamanes que quite el sueño a los médicos en el profesional ejercicio de su actividad. No imagino a los grandes congresos de medicina dedicándole ni un mísero anexo a los vendedores de brebajes y curas alternativas. En este sentido, a veces reflexiono sobre cuál sería a estas alturas del siglo XXI la reacción de los grandes maestros y padres del periodismo, desde Larra y Carmen de Burgos, pasando por Chaves Nogales, Falacci, Pulitzer, Kapuscinski o muchos otros ya desaparecidos, si levantando la cabeza nos contemplaran como estamos enfrascados en los galgos o podencos de lo que son o dejan de ser noticias falsas, bulos y medias verdades, como si esto fuera un problema sobrevenido al periodismo. Resulta cuando menos chocante que algo tan viejo como la profesión de contar noticias bajo la única máxima de la verdad contrastada y sostenida en la confirmación del «quién», el «cuándo», el «cómo» y el «dónde» se vea ahora enredada en algo que de entrada solo se corresponde con las malas praxis con las que la prensa seria y responsable siempre ha marcado todas las distancias.

Lo de los bulos no es algo nuevo, como tampoco lo son los correveidiles cuchicheos de portería, las historias y rumores de taberna o las difamaciones de pasquín, a pesar de que en los tiempos que corren queramos obstinarnos sin despegar la nariz del teléfono móvil en pensar que el detritus que circula por las redes sociales ha de tener algún tipo de influencia sobre lo que se publica en unos medios de comunicación cuyos PROFESIONALES con mayúsculas saben que el mejor y casi único antídoto contra las «Fake» es contrastar la veracidad de la información con fuentes solventes. Ni más ni menos que hacer su trabajo.

Conviene por lo tanto dejar cada cosa en su sitio. El periodismo serio tiene en la actualidad muchos problemas, pero éste desde luego no lo es, salvo que pretendamos asumir algo que no nos corresponde como es la existencia de unas legítimas plataformas brindadas por la tecnología en las que, a modo de gran plaza pública cabe y se permite volcar prácticamente todo, desde las verdades absolutas, pasando por las relativas, las medias verdades o directamente la mentira. Pero no nos engañemos, el problema no es ni de los dueños de los medios de comunicación ni de sus profesionales, sino de los señores «Twitter» o «Facebook» y de lo que circula en «sus» redes. Los periodistas sí tenemos ante quienes responder de nuestros actos que no son otros más que la dirección de nuestros medios y un público que premiará con su confianza o castigará con su indiferencia. Todo lo demás –muy respetable– es simplemente libertad de expresión ciudadana, que no «periodismo ciudadano». Ergo, moscas haberlas las hay…pero búsquenlas en la basura.