Coronavirus
Salir mirando hacia adelante
No saldremos de esto mejores. Saldremos iguales. Los cambios, para bien o para mal, serán individuales
“Al principio la muchacha del Dauphine había insistido en llevar la cuenta del tiempo”.
Al principio, como la muchacha del Dauphine del relato de Cortázar, yo también insistía en llevar la cuenta del tiempo. Un día, dos días, tres días. Como los presos de las películas dibujando palotes en la pared de su celda, tachando con el último de ellos cada grupito de cinco.
Cuando en “La autopista del Sur”, el relato del que hablo, los personajes se ven atrapados de pronto en un atasco monumental camino de París, todos actúan con paciencia y naturalidad. Ante ese incidente imprevisto, resignados, miran por el retrovisor, comprueban la hora, observan al del coche de al lado, intercambian algunas frases, salen del auto a echar un vistazo.
Al principio del encierro nosotros también lo hacíamos. Mirábamos las noticias con curiosidad, leíamos los periódicos, contábamos los días, aplaudíamos entusiastas en los balcones, juntos podemos, saldremos de esto mejores, yo me quedo en casa.
En el relato de Cortázar, cuando comienzan a llevar demasiado tiempo atrapados, cuando parece que se avanza pero en realidad no, los personajes empiezan a incomodarse. Tienen demasiado calor, les molesta el olor a gasolina, el brillo del sol en los cristales, los gritos. Pese a estar convencidos de que algo grave ha ocurrido que justifica esa situación, se sienten molestos, con la sensación enojosa de que no se está haciendo nada al respecto.
Cuando nuestro encierro empezó a alargarse, cuando se prorrogó el estado de alarma y dejamos de tener un horizonte claro como referencia, a nosotros también empezó a incomodarnos el aplauso de las ocho, y comenzaron las caceroladas, las noticias ya no eran noticias sino ruido y dejamos de escucharlas, nos molestaba la opinión del de al lado si no era exactamente igual a la nuestra, se apoderó de nosotros la duda sobre si se estaba haciendo lo correcto o no, si se hacía suficiente.
En la autopista empezaban a llegar a los conductores informaciones confusas. Un pequeño avión se había estrellado en la autopista casuando varios muertos. No. Dos coches habían colisionado. No. Un planeador. Noticias contradictorias, noticias nuevas, noticias ya olvidadas, noticias babélicas. Se avanza muy poco, lo justo para no perder la esperanza. Unos y otros comparten lo que tienen, hacen lo que pueden con los recursos con que cuentan. Anochece.
Entre mentiras, falsedades, medias verdades y casi verdades vamos tratando de entender lo que ocurre, de cerner la información. Hartos ya de que nos digan una cosa y la contraria, de que lo que hoy no es necesario mañana sea imprescindible, o al revés, de los palos de ciego, necesitamos algo que nos dé seguridad y esperanza, un atisbo de liderazgo responsable y cabal, saber que hay alguien al mando que sabe lo que hace. Para no perder la esperanza tampoco nosotros. Empezó a asustarnos más el futuro que el propio virus, las consecuencias del encierro. Aquí también anochece.
Pasan los días y las noches, el sol, la lluvia. Hubo días frescos y los hubo soleados. Los enfermos y las muertes se normalizan, se hace lo que se puede, y conviven con las pequeñas alegrías gestos de aliento, algunos amores, inesperadas sorpresas y ciertos roces. La cotidianidad ahora es eso y la vida transcurre así, adaptándose a estas circunstancias que hace no tanto podrían parecer insólitas. Hablo del atasco del relato pero podría estar hablando de nuestro confinamiento.
Y de pronto el coche de delante parecerá que se mueve un poco. Apenas nada. Y un poco después el movimiento será mucho más evidente, ya incuestionable. Se encenderán las luces de freno. Y alguien que estaba en otro coche en ese momento saldrá corriendo para subirse al suyo, para arrancar por fin y no quedarse atrás. Sonará algún claxon desesperado, un grito impertinente, un acelerón e incluso algún choque. Poco a poco se irán poniendo todos en marcha y quizás el auto que teníamos hasta ese momento al lado, después de tanto tiempo, se aleje de nosotros porque otro le adelanta. “Algo como un pesado pero incontenible movimiento migratorio que despertaba de un interminable sopor y ensayaba sus fuerzas”. Hablo de nosotros pero podría estar hablando del atasco del relato.
A lo largo de la historia se han superado las crisis, los problemas, los desastres. o los conflictos. La humanidad ha seguido adelante, adaptándose a las circunstancias. No somos tan especiales.
“…y se corría a ochenta kilómetros por hora hacia las luces que crecían poco a poco, sin que ya se supiera bien por qué tanto apuro, por qué esa carrera en la noche entre autos desconocidos donde nadie sabía nada de los otros, donde todo el mundo miraba fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante.”
No saldremos de esto mejores. Saldremos iguales. Los cambios, para bien o para mal, serán individuales. En cada uno de nosotros. Como sociedad no confío en que saquemos ninguna enseñanza de esto. Saldremos como quien sale de un atasco que ha durado demasiado tiempo. Uno en el que unos se habrán dejado más que otros en la camino.
Saldremos de esto mirando fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante. Como se sale siempre de todo.
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