Coronavirus

No son pijos, están hartos

Si no me creen, pásense un atardecer (con mascarilla) por las protestas y verán individuos descontentos que se manifiestan cerca de su casa igual que lo hacen en Carabanchel, Vallecas, Tres Cantos, Logroño o Albacete

Aunque no cabe duda de que existe la figura del borjamari (según la RAE, pijo es el que manifiesta afectadamente los gustos propios de la clase social adinerada), es decir del tonto, coincidirán conmigo en que mendrugos hay en todos y cada uno de los estratos. Además, algo tiene de auto degradante emplear la palabra pijo. Llamar a alguien pijo dice más del que lo suelta que del que lo recibe, pero vamos a empezar por el principio. Los pijos, pueden ser de derechas y de izquierdas, ¿cuántos pijiprogres conocen ustedes? Yo muchos, cada vez más y no se engañen, la izquierda es la nueva religión y va sobrada de feligreses con independencia de su estado financiero.

¡Qué relación tan extraña y contradictoria tenemos los españoles con la palabra pijo! Casi sucede lo mismo que con la palabra liberal. ¿Es un insulto, una denigración o una noción de prestigio? ¿en qué quedamos?

“Es una pija” ¿puede haber algo más pueril que ese apelativo? “¡Marquesa!” sí, la que ellos mismos imaginan, sueñan (desean) indolente, psicopática, jeta, altiva, que lo ha tenido todo, sin esfuerzo, que se cree merecedora de todo, todo lo que les ha sido negado a ellos y a sus ancestros, la madre de los desahucios y de la pobreza energética, chorreando perfume y escupiendo bombones de licor... y de ahí a la paranoia, al odio, a la fractura social y el populismo...

Decir pijo es tan antiestético como el complejo de clase (y lo evidente y lo desatinado que suele ser… pero sobre todo embarazoso).

Ahora bien, yo me muero de la risa, como todos, con los memes de la pijirevuelta y la Caye-Borroka y este fin de semana, llevada por mi gran curiosidad informativa he visitado el epicentro del movimiento Resistencia democrática en Nuñez de Balboa.

El distrito de Salamanca es la meca facha para la izquierda más naif que lo desconoce y en cierto modo lo sacraliza ignorando que la mayoría de sus habitantes son de clase media y muchos otros pertenecen a las más insignes izquierdas como Felipe González, Bono, Lilth Verstrynge, Iván Redondo y hasta hace dos días Echenique.

A lo que vamos, ayer estuve en la llamada revolución de los “cayetanos” y hoy vengo a traerles mi decepción, al menos en lo que al buen “sentido del espectáculo” se refiere.

Yo esperaba ver señores bronceados, de cabello largo y ondulado, luciendo camisas confeccionadas a medida, con sus numerosas iniciales bordadas, bien remangaditos para mostrar sus pesados relojes de oro.

Esperaba ver grupos de rubias de mechas impecables, exhibiendo con despreocupado despotismo la famosa mecha del Barrio de Salamanca, la mecha pro aria, clasista y racista con todos los derechos reservados. Señoras gazmoñas y santurronas, de blusa y vaqueros planchados con raya.

Yo quería encontrarme jovencitos en carísimas sneakers, pulseritas y sombreros con bandera de España y cierre de oro, cinturones con hebilla de Gucci acompañados por sonrientes muchachas de naricilla operada a juego con sus zapatos de Prada.

Busqué con desespero las muestras de opulencia, para contárselas a ustedes, las firmas, los semblantes satisfechos de tanto descanso y sobre alimentación…. ¡Cero!

Las filipinas de impecable uniforme golpeando refulgentes woks para sus señoras y dominicanas de cofia, sartén de inducción, en ristre, pero nada. ¿Los fachalecos de Uniclo (por cierto, valen 50 euros)? Después de caminar en procesión Nuñez de Balboa arriba y abajo, encontré tan sólo dos.

Finalmente, presa de la intranquilidad (demasiada gente, demasiado junta) pero más de la desilusión regresé a mi casa.

Comprendanlo, yo soñaba con sombreros de plumas caqui, con náuticos en todos los colores del pantone… con familias enteras vestidas de cintura para arriba de caza y de cintura para abajo de yachting, como extraordinarios animales mitológicos alborozados y golpeando las farolas con palos de golf. Y exceptuando las cacerolas y las banderas de España de algunos, la estética de la concentración era tan random , tan corriente, tan natural…

Que poco frívolos, después de todo, los vecinos del barrio de salamanca. Y lo digo como una crítica. Como si proyectaran “todas las virtudes que odio, y ninguno de los vicios que admiro” W. Churchill, entendería lo que digo.

Si no me creen, pásense (o mejor dicho paseen) un atardecer (con mascarilla) y no verán pijos… verán individuos descontentos que se manifiestan cerca de su casa igual que lo hacen en Carabanchel, Vallecas, Tres Cantos, Usera, Embajadores, en Mostoles, Logroño o Albacete.

Las caceroladas de las 21.00 horas en Núñez de Balboa y en todo España, no son manifestaciones de pijos (ni de pijas), sino de españoles. Recuerden que sólo uno de cada cuatro españoles aprueba la gestión de Sanchez, con el vergonzante record de fallecidos e infectados en el mundo, el mayor déficit económico presentado en Europa, con el mayor número de asesores y ministerios a sueldo y la prensa internacional llamando mentiroso a nuestro presidente… Eso, sumado a la oscura política de comunicación en la desescalada...

Y qué primitivo suena el echar mano del menaje de cocina, eh, todo lo que quieran, pero la cacerolada en España hoy muestra la más viva oposición (y puede que la única) de los liberales, ¿Que qué son los liberales? Pues personas que no ignoran la caída del muro de Berlín o cuando URSS y China, como bastiones del comunismo, estaban cerrados al desarrollo y atemorizaban a sus ciudadanos con mano de hierro.

Personas que defienden el Estado de derecho, la constitución, la división de poderes y la iniciativa privada y que rechazan el ejercicio arbitrario de la autoridad.

Personas sin complejos porque el mundo nunca ha disfrutado de un porcentaje de pobreza tan bajo como el actual gracias a las ideas liberales, las únicas que hacen posible el prosperar.