Opinión

Banderilla a los toreros

El Gobierno hace el paseíllo soltando manteca colorá a sol y a sombra. Quien le pide una ayuda, la encuentra en forma de promesa, otra cosa es que la cobre algún día. Los toreros ni siquiera tienen la suerte de que les mientan. Estocada y, si quieres más, vete a la cacerola. No sabían cómo quitárselos de enmedio y el coronavirus les ha venido a echar un capote. Muerte por inacción. Se les deja morir de hambre y se asegura la extinción. Este genocidio cultural no se esconde en la casualidad sino en el silencio. Los profesionales que no pueden trabajar, porque está prohibido, no tienen derecho, como un músico o un actor, a cobrar el paro. Deben pensar que los que se dedican a esto tienen fincas para hacer cien hospitales de campaña, pero las figuras, como las del fútbol, se cuentan con los dedos de mano y media. Hay tontorrones que fantasean con el fin de la especie, tantas ganas tienen de ir a un funeral colectivo, pero lo que sí huele a cadáver es la plaza donde antes se paraba el tiempo. Ni Ábalos, que sabe lo que es una taleguilla, ha puesto el bulto encima de la mesa. La Cultura, en este tiempo de intelectuales desnortados, sale prefabricada del consejo de ministros por lo que ya es una cultura lanar que pasta en los márgenes que el poder le deja. Un estribillo de ganso es la quinta de Mahler por decreto. No hay lugar para el misterio. Es imposible controlarlo. Con los toros, a la izquierda se le arruga la nariz, como el que huele a estiércol por primera vez. Los matadores ahora son ellos, solo que el BOE limpia la sangre. Imaginemos que ya no se pudieran rodar películas. Algo así. Los maestros son poetas sin mecenas a los que se le salten las lágrimas en público. La conciencia cósmica ha decidido que los toros no venden una hipoteca.