Opinión

Libertad dibujada

Los grandes viñetistas, con sus aciertos y sus errores, nos ayudan a entender la libertad. Uno de los grandes es El Roto, que dibujó en «El País» a una pareja de pobres. Dice la mujer: «Creo que esas grandes fortunas y nuestros infortunios están relacionados». Y replica el hombre: «¡Pero qué dices, si ni nos conocen!».

En una economía de mercado las fortunas de unos no ocasionan los infortunios de otros. En cambio la riqueza de los miembros del partido comunista o el partido nazi sí que están relacionados con la miseria del pueblo.

Además, el desconocimiento de las personas es un fundamento de la prosperidad que generan los mercados libres: poco recorrido habría tenido Amancio Ortega si él mismo tuviese que haber conocido personalmente a todas las personas que tienen que ver con su negocio.

En otra viñeta se ve un gran mansión junto a viviendas modestas, con este texto: «Las chabolas ya rodeaban el palacio, mientras dentro los festejos proseguían». Se sugiere que los ricos se despreocupan de los pobres, lo que es incierto, y que la desigualdad económica alimenta la revolución popular. Esto último es ampliamente compartido y del todo falso: las revoluciones nunca fueron hechas por los pobres contra los ricos sino por fanáticos de las propias clases altas que aspiraban a cambiar la sociedad. Cuando lo lograron, regaron la tierra con la sangre de millones de trabajadores inocentes.

Recientemente, El Roto volvió a repetir otro mantra del pensamiento único. Un hombre se mete en un túnel, y el texto es: «Cuando llegó la pandemia, los neoliberales privatizadores se ocultaron». Pero el liberalismo no predominó en la opinión pública antes de esta nueva peste, y desde luego no hubo olas privatizadoras y estaticidas. Todo el cuento del desmantelamiento del Estado es eso mismo, un cuento. De haber sido desmantelado, los contribuyentes se habrían dado cuenta.

Y, por fin, en otra viñeta dibujó una vaca, pero con el virus en lugar de la ubre. El texto era: «Negocios. Alguien la estará ordeñando». Vieja falacia: la peste no fue buena para los negocios, porque miles de empresas cerraron. En cambio, ningún Estado cerró, y todos crecieron.