Opinión
Avenida de la Luz
Jaume Sabaté Quixal fue un catalán emprendedor, que propuso, en el lejano año 1940, un proyecto innovador en el corazón de la ciudad condal. Ideó levantar la ilusión y motivación de Barcelona, una ciudad gris y abatida que vivía con profunda depresión la sensación de una inmerecida derrota tras una trágica guerra incivil. Bautizó su idea como la «Avenida de la Luz», y construyó una galería comercial subterránea, ubicada debajo de la plaza de Catalunya, que medía 170 metros de largo e iba desde la calle de Bergara hasta la Rambla. La inauguración la presidió el general Múgica, y según cuentan los reportajes de la época, fue todo un acontecimiento nacional. Miles de personas se agolparon en sus pasillos, llenándose de tiendas de ropa de alta gama, joyerías, peluquerías, estancos, bares y en sus paredes colgaron innovadoras exposiciones sobre el descubrimiento de América o arte precolombino. Contaba con 2.000 m2, 68 tiendas e incluso un cine, basado en una galería subterránea que Sabaté había visto en París, con una galería formada por un amplio pasillo central, flanqueado de columnas, aprovechando el túnel de los ferrocarriles construido con motivo de la Exposición Universal de Barcelona de 1929. La ilusión de renacer de las cenizas facilitó el éxito de la propuesta, y en 1949 fue declarada por el ayuntamiento punto de interés para los visitantes. A partir de los años 60 inició una lenta pero imparable degradación hasta mayo de 1990, en que fue cerrada. Hoy sólo quedan los accesos que dan a la estación de FGC de Plaza de Cataluña y la parte ocupada por una conocida cadena de perfumerías. El éxito de los años cuarenta, languideció en los sesenta para terminar en los años setenta con una rápida decadencia. Lugar de refugio de protestas, espacio abrigado a la vigilancia policial, el otrora lugar de brillo y esplendor empezó a llenarse de maleantes, y como cantaba el inigualable «Loquillo» era un buen lugar «para acabar las borracheras». Los habituales paseantes y clientes desaparecieron, otros espacios se abrieron en Barcelona y la gente dejó de pasear en sus antaño abarrotadas galerías, el cine pasó a exhibir películas porno, mientras que los lavabos públicos se convirtieron en sitio de extrañas citas.
Jaume Sabaté nació en Barcelona en 1900, dónde fallecería en 1987, su memoria y recuerdo desapareció con él. Excombatiente franquista (una mancha demasiado grande para que el ayuntamiento populista reconozca su legado), fue directivo del «FC Barcelona» y cónsul de Tailandia, país con el que desarrolló un próspero intercambio comercial, que benefició a un importante grupo de empresarios en sus inversiones. Hoy la ciudad de Barcelona padece de nuevo una extraña sensación de derrota, en plena guerra contra el coronavirus y con las secuelas de la otra guerra, la del separatismo. Las pocas empresas que nos se marcharon tras la proclamación separatista, amenazan ahora de deslocalizarse, los turistas amenazados por el populismo no volverán por la pandemia, el coronavirus dicta una sentencia demoledora.
Barcelona necesita un nuevo proyecto de ciudad. Que nos devuelva la luz, como tras una guerra de la que todos salimos derrotados. Como ahora.
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