Opinión

Primero presidente, después presidente

A ver si nos enteramos, Pedro Sánchez tiene una prioridad muy por encima de la de gobernar que no es otra más que la de ser presidente del gobierno. Eso es todo. Si algo resulta casi cómico a estas alturas de nuestra película política es que todavía nos sigamos escandalizando con los modos de actuación del actual jefe del ejecutivo, no solo a la hora de hacer por la tarde lo contrario de lo anunciado por la mañana, sino en la aplicación de su particular equilibrismo asimétrico-temporal portátil con el único, claro y meridiano objetivo de continuar en La Moncloa.

Conviene por lo tanto situar cada escala de valores y cada perfil personal en su sitio. Los políticos «al uso» –y aquí incluyo a todos los ex presidentes del gobierno– tienen como fin el poder y como camino hacia el mismo lo que se supone debe ser una aceptable gestión de gobierno. Mas allá, el mero ejercicio de esa gestión de la cosa pública suele colmar esa lógica y humana ambición de poder. Pero Sánchez nada en otras aguas, casi diría que juega en una liga absolutamente distinta porque todos los elementos relativos a la composición de su propio gobierno en cuanto a compañeros de cama, a las políticas de alianzas con otras fuerzas políticas con independencia de su color y en función del momento, a la propia relación en clave interna con su partido e incluso a la relación con otros gobiernos y el posicionamiento en el ámbito exterior dejan de ser una prioridad, siempre que la máxima sagrada de la permanencia al frente de la presidencia esté convenientemente salvaguardada.

Apuntan en este sentido algunos analistas no exentos de una bien nutrida carga de ingenuidad, que acontecimientos en el horizonte como una eventual intervención europea a nuestra cuentas –un rescate a lo bruto para ser exactos– serían un auténtico desastre para Sanchez, por lo que supondrían de merma a su capacidad de maniobra a la hora de ejercer el poder. Se equivocan, eso a quien realmente quitaba el sueño era a Rajoy tras su llegada al gobierno en 2011 en plena crisis y amenaza de intervención de UE, o por poner otro ejemplo al propio Rodríguez Zapatero que en un todavía no reconocido ejercicio final de patriotismo cambió el rumbo de su política para después quitarse del medio tras recibir una «muy convincente» llamada desde el exterior. A Sánchez el «cómo» y el «para qué» le resultan factores secundarios incluida la variante de quien agarra realmente el timón para sacarnos de la tormenta. Su prioridad es sencillamente presidir un consejo de ministros con el único límite –porque el Falcon pesa mucho– de no acabar como el «último emperador» encerrado en la jaula dorada de la ciudad prohibida. Todos sus movimientos tácticos, incluidos los que han escandalizado incluso a barones y jarrones chinos de su partido, desde el abrazo con el detestado Iglesias hasta los acuerdos con independentistas catalanes o EH Bildu han tenido como única línea roja la que macan los límites de la Moncloa. Primero se presidente, después seguir siéndolo y a continuación también.