Opinión

Día de la Memoria

El día de la Memoria, Memorial Day, sirve en EE.UU. para recordar a los caídos en las guerras. Contrariamente a lo que algunos creen este tipo de fiestas, en su mejor y más recto sentido, no apelan al calorcito nacionalista. La cosa no va de ponerse marciales al ritmo de las tradiciones ni de llorar lágrimas macho por un patriotismo que sigue siendo refugio de canallas. Las proclamaciones tribales, los bailes y danzas asalvajados y excluyentes, quedan lejos del espíritu de un día que celebra a quienes murieron en defensa de un espacio común de derechos y libertades. En defensa, sí, de la igualdad y la libertad. No de las señas de identidad, los pendones, la axila o los pedos propios, o las matracas culturales, sino a favor del ideal republicano. Creíamos que en España algún día podríamos alcanzar algo así. Aplaudir un proyecto común. Soslayar las diferencias. Tender puentes. Discutir con el otro sin atribuirle intereses espúreos. Todo eso, vaya, que afirma el espíritu del 78, y que la podemia vino a dinamitar siguiendo las enseñanzas del infame Zapatero. Un presidente que, como recordaba el gran José Antonio Montano, trajo a nuestro país lo que Juan Pablo Fusi, en Historia mínima de España, califica como « ruptura de consensos básicos vigentes, tácita o explícitamente, desde la Transición». Cuando algunos contemplamos con profunda melancolía el Día de la Memoria en EE.UU., y cuando escribimos contra las demostraciones inguinales de quienes usan los símbolos comunes para arrojarlos a la cara del resto, sucede que estamos convencidos de que el problema no es de la bandera. A nuestra bandera le sobra simbolismo democrático. 40 años de simbolismo histórico democrático. La tragedia es que buena parte de la izquierda, la peor izquierda, la izquierda reaccionaria, nunca quiso reconocerlo. Sin embargo no tenía escrúpulos a la hora de encamarse y pactar con los enemigos de la nación, envueltos todos en mil y una banderas, de la ikurriña a la estelada, que sí eran homologables y asumibles. Ahora los otros recuperan el peor simbolismo de nuestra bandera y reclaman un nacionalismo español. Uno felizmente sepultado en 1978. Hasta que algunos pirómanos, educados en el monocultivo del odio, entendieron que tocaba dinamitarlo todo. Y así avanzamos, río abajo, a merced de las corrientes tribales. Que amenazan con sepultar el país bajo un triste capote de ceniza.