Opinión

Jaume Tous i Siré

El 24 de septiembre de 1893 tuvo lugar un desfile militar en la Gran Vía de Barcelona con motivo de las «festes de la Mercè», patrona de la ciudad condal. Durante la parada, presidida por el general Martínez Campos, un terrorista anarquista arrojó una bomba sobre la tribuna presidencial. Falleció un joven Guardia Civil y resultaron heridos dos militares de alta graduación, los generales Lluís Castellví i Villalonga (natural de Tarragona) y Wenceslao Molins i Lemaur (de Martorell). Todos los heridos y el miembro de la Benemérita asesinado eran parlantes. Como lo era el terrorista, Paulí Pallàs, fusilado el 6 de octubre. Empezaba en Barcelona la agitación revolucionaria, la llamada «Propaganda por el hecho», que tendría su punto álgido el 7 de noviembre de 1893, cuando un asesino profesional, Santiago Salvador Franch, arrojó varios artefactos explosivos contra la platea del Liceo de Barcelona durante la presentación de la ópera Guillermo Tell como venganza por la ejecución de Pallás. El resultado fue la muerte de 22 personas y cerca de 50 resultaron heridas, todas ellas pertenecientes a lo más granado de la burguesía catalana. Barcelona se transformaba en la ciudad de los prodigios de Onofre Bouvila, y en la plaza donde los revolucionarios de medio mundo se instalaban. La vieja capital catalana, donde los condes de Barcelona construyeron el centro de poder de la Corona de Aragón, transformada desde mediados del XIX en el centro fabril más importante de España, y que para Friedrich Engels «tenía en su haber histórico más combates de barricadas que ninguna otra ciudad en el mundo». Bautizada por los anarquistas, como la «Rosa de Fuego», el clímax subversivo se alcanzó en 1909, durante la «Setmana Tràgica» y continuaría con las luchas del pistolerismo social de la década de los veinte con su triste epílogo durante el mes de octubre de 1934, cuando se produjo el golpe de estado revolucionario del separatismo liderado por Companys, preámbulo inicial de la desgraciada guerra civil de 1936. Y así seguimos.

Pero en toda esta historia, siempre aparecen nombres anónimos que merecen ser rescatados del olvido de la historia, sobre todo de la mal llamada «memoria histórica», que sirve sólo para blanquear a los que saben ganar el relato e imponen su ideología. Y ahora, tras los ataques inusitados que recibe la Benemérita de populistas y separatistas, quiero testimoniar mi homenaje en esta columna hacia un español abatido en acto terrorista, cuando un asesino, hoy convertido en leyenda y héroe de una Barcelona irreconocible, lanzó una bomba en septiembre de 1893. Y ahí empezó todo. Las crónicas de la época apenas recuerdan la memoria del joven guardia civil, que figura oficialmente como el primer asesinado por terrorismo en la historia contemporánea de España, se llamaba Jaume Tous i Siré, encuadrado en la cuarta compañía del tercer tercio del Instituto Armado, que antes de incorporarse a sus filas ejerció de zapatero.

Que nadie se olvide. La Guardia Civil muere, pero no se rinde.