Opinión

Un americano en Central Park

«Sujete a su perro», le dijo un hombre aficionado a las aves a una mujer que lo había soltado en Central Park. «No está permitido llevarlo sin la correa». Ella, nerviosa y amenazante, lo señaló con el dedo mientras él grababa la escena con su móvil y dijo: «No me grabe. Llamaré a la policía y diré que nos está grabando y amenazando». «Por favor, hágalo», repuso el hombre con exquisita educación. «Y dígales lo que quiera», añadió. La mujer, sujetando al perro por el collar y casi a punto de ahogarlo en ese gesto, llamó a la policía y entre gritos histéricos les contó… una mentira. Este podría ser un microrrelato inventado pero, por desgracia, corresponde a un episodio absolutamente real. En los bochornosos días del «I can’t breathe» (no puedo respirar), donde se protesta y se llora la muerte de un hombre por asfixia tras ser detenido en Minneapolis por un agente de policía, corre por las redes el vídeo de otro hombre afroamericano que reproduce la historia que les acabo de contar. ¿Se imaginan qué hubiera sucedido si tal vídeo no existiera? ¿Dónde estaría el hombre afroamericano que según las palabras de una mujer joven, blanca y americana «la había grabado y amenazado»? En la cárcel. Como cualquier hombre, quizá. Pero con muchas más probabilidades de castigo siendo afroamericano. El racismo, ese mal que crece dentro de los seres humanos y que los convierte en ratas de cloaca, sigue existiendo. En EEUU, aquí y en Tombuctú. Y se me ocurre pensar que a estas alturas de la historia de la humanidad ya deberíamos haberle encontrado el antídoto para no tener que seguir avergonzándonos.