Opinión

El silencio de la cordura

Demasiado ruido político, demasiado ruido mediático ante el drama que está viviendo España. Nos falta, en estas circunstancias, lo que llama Gracián el recatado silencio sagrado de la cordura. Vamos de la bronca del Congreso de los Diputados al botellón de Tomelloso, del estrépito nocturno de las cacerolas al bronco griterío de las redes sociales, empedrado de insultos. En el Gobierno confunden la transparencia humilde y sincera con la propaganda cargante y descarada. Y en la Oposición no distinguen el culo, de las témporas. Los extremistas de uno y otro lado aprovechan la ocasión para revolver la manta y devolvernos a un pasado oscuro y superado, que se caracterizó por el enfrentamiento. Es inútil pedir moderación y cordura a Iglesias y Abascal. Viven de lo contrario, y no viven mal de momento.

Volvemos a salir tímidamente a la calle, como salen los campesinos después de la tormenta a observar, con el corazón en un puño, el destrozo del pedrisco en los trigales. Por respeto a los miles de muertos de la pandemia, ahora que estamos en tiempo de luto nacional, deberíamos bajar el tono de la discusión política y acompañar en silencio a los que lloran la pérdida de un ser querido, se han quedado sin trabajo o han tenido que cerrar su pequeño negocio familiar y no saben qué comerán mañana. No viene a cuento presionar ruidosamente a los jueces para incitarles o impedirles que averigüen con libertad y sosiego quiénes son los culpables, si es que hay culpables, de semejante tragedia. Este imprescindible proceso judicial -sobre todo por el escandaloso caso de los ancianos muertos en las residencias y por las imprevisiones oficiales- no puede ser entorpecido por intereses políticos ni convertirse en instrumento de venganza.

Las purgas en las alturas de la Guardia Civil y las dudas razonables sobre el comportamiento de la Fiscalía y de la Abogacía del Estado no son buenos precedentes. Esto obliga a permanecer vigilantes, pero no necesariamente a abrir una causa general ya contra el presidente Sánchez y su Gobierno, como piden los críticos más exaltados. El silencio de la cordura no es el silencio de los corderos, pero impone ciertas limitaciones para no dejarse arrastrar por la corriente de enfado general que, mientras se reaniman alegremente las terrazas de los bares, avanza impetuosa por la España maltrecha que sale herida del coronavirus. No suele resultar bien la corrección temprana al daño recién hecho. Parodiando a Gracián, más vale un gramo de cordura que arrobas de locura. Pues eso.