Opinión

Pedro e Iñaqui

Había una vez unos chavales pijos que llegaron a uno de los mejores institutos de Madrid, el Ramiro de Maeztu, junto a la Castellana. Llevaban Lacoste y banderitas en los relojes y se alegraron de poder jugar juntos al baloncesto en aquel entorno. Una de las más inquietantes afirmaciones de Sánchez es su definición de sí mismo como un chico del «barrio obrero de Tetuán». Hijo de un economista con cargos en el Ministerio de Agricultura, el presidente es hijo de una familia bien.

Pedro es un «fake» con una intuición redonda para manejar el timón de las apariencias. Sus hijas, que asistían al British y hacían equitación, pasaron a un colegio público (eso sí, de Pozuelo) cuando hubo que cambiar el currículo. «El líder» lo llamaban los de la pandilla, porque como buen narcisista gustaba de suscitar adoración. El precio del narcisismo es el desvelo. Y aquí sigue, desvelándose en este caso por su querido Iñaqui Carnicero, amigo del cole de Chamartín y del insti, al que ha puesto al frente de la recién creada Agenda Urbana y de Arquitectura del Ministerio de Transportes.

Hay muchos arquitectos del Estado y la ley exige que los directores generales sean funcionarios. Que Iñaqui –como lo llama el presidente– sea su mejor amigo ha bastado para justificar el cargo número 25. Porque se han ocupado así otras 24 direcciones generales. La de Derechos de los Animales ha sido para un técnico en escultura. La de Igualdad y diversidad racial, para una auxiliar sanitaria. Todos amigos, eso sí.