Opinión
Narrativas antirracistas
Aquí los miembros del Gobierno, incluido el Presidente, insinúan que la Guardia Civil está implicada en oscuras maniobras antidemocráticas. En Estados Unidos, un ex Presidente no menos activista que el nuestro –especializado en exasperar a la ciudadanía de su país hasta dar a luz al fenómeno Trump– ha hablado de la existencia de prácticas sesgadas racialmente en la Policía. Obama ha preconizado –también esto sonará a algunos lectores– de una «nueva normalidad», esta vez para acabar con el fanatismo que según dice infecta las fuerzas de orden del país.
Como suele ocurrir con los activistas, no hay en esto ni rastro de verdad. No hay manera de demostrar que la Policía norteamericana actúe según criterios raciales, es decir racistas. La tragedia del asesinato de George Floyd es una excepción. Sería demasiado atrevido intentar averiguar por qué y con qué fines el Presidente de Estados Unidos se dedica a difundir «fake news». Sí se puede asegurar que la situación de la minoría afroamericana –o negra, como parece que ahora dicen los progresistas– no acaba de encontrar el sitio que le corresponde en la sociedad norteamericana. A diferencia de lo que ocurre con los asiáticos y con los hispanos, una parte importante de los afroamericanos sigue encerrada en bolsas de pobreza, marginalidad y delincuencia.
Habrá quien se remonte a dos hechos fundadores de la identidad norteamericana, como son la esclavitud y la segregación. Pero también se podría hacer referencia a los cuarenta años de programas sociales, desde los primeros que puso en marcha el gran Lyndon B. Johnson, que a pesar de los avances que propiciaron no han conseguido sus objetivos. De hecho, y según los análisis de Thomas Sowell –un sociólogo afroamericano–, la integración se torció como consecuencia de unos programas que convirtieron a numerosos negros en personas subsidiadas y dependientes del Gobierno. Las políticas identitarias de Obama, después de las de «acción afirmativa», empeoraron las cosas. Resucitaron las obsesiones raciales de una sociedad de fuertes querencias racistas, como suelen serlo las puritanas blancas. Las dos crisis han hecho el resto. Lo que estamos viendo no es una protesta antirracista. Está más cerca del fanatismo que diagnosticó Obama. Pero la narrativa progresista es tan poderosa que apenas hay nadie que, oficialmente, rompa el hechizo. Así es como un problema en vías de solucionarse ha acabado convertido en un problema sin solución. No es ni será el único.
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