Opinión
Tiempo de cosecha
Habíamos auspiciado importantes mejoras tras el coronavirus. Que valoraríamos las pequeñas cosas y los afectos verdaderos. Que ralentizaríamos nuestro vertiginoso ritmo. Que sopesaríamos nuestra insignificancia. Ha sido bajar el grado de contagio y olvidarlo. Ahora toca pensar en la economía. El universo y sus virus empiezan a desdibujarse y ese singular vértigo frente a lo desconocido se sustituye por la carga de lo cotidiano. Por si nos faltase distracción, el fragor político ha alcanzado cotas desagradables. Lo más inteligente que he escuchado es esto: «De las grandes pruebas de la humanidad, como la pandemia, se sale mejores o peores. No se sale iguales. Pidamos que se nos ayude a salir mejores». Se trata de un tuit de Francisco, el Papa. Lo he agradecido porque me ha sustraído, al menos por un momento, de la inevitable distracción que conspira para que olvidemos lo que es importante. Es verdad que los golpes no siempre sientan bien. Hay hombres que encaran la desgracia como si fuese un trampolín, pero otros sucumben a ella. Se nos quedan los nombres de los primeros: Viktor Frankl, Adenauer, De Gasperi, Monnet, Wyszynski, pero en el camino quedaron muchos discapacitados emocionales, gente imposibilitada para seguir. Stefan Zweig, por ejemplo, que se quitó la vida. ¿Por qué unos crecen y otros no, tras la desgracia? Hay un factor de resiliencia personal, es verdad, pero también un elemento cultural, de realismo y memoria para reconocer y usar lo que nos ha sostenido en el momento de la crisis. Generalmente, el factor humano.
Por eso, antes de pasar página instintivamente, he recopilado lo que me ha sostenido en esta crisis. El ejemplo de Luis, que antes de morir escribió a su familia: «Cumplí 76 años y mi familia empeñada en que anduviese 5km al día, adelgazase, comiese sano, etc. ¿Por qué no me dejaban en paz y se conformaban con mi cuerpo actual? Se deberían haber alegrado mucho al ver que no me asusta la muerte segura, que la veo con ilusión porque estoy convencido de que después será mucho mejor: viendo a nuestro Salvador cara a cara». Luis falleció por el virus el 28 de marzo. Eli Ledesma –mujer de Gonzalo Santamaría, que pasó dos meses intubado en la UCI del hospital– cuidó a sus tres hijos (uno con autismo) con la tranquilidad de espíritu de quien se siente en paz. O Isabel García Serrano, otra amiga que perdió a su madre sin poder despedirse de ella y que agradecía cada llamada telefónica y decía sentirse acompañada por el afecto de todos nosotros. Los tres han sido piedras miliares, el consuelo y la constatación de que el miedo no tiene la última palabra. Que se me abra el corazón para recordarlo hasta la muerte.
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