Opinión

Vuelta al pueblo

El escenario que ofrece la ciudad por culpa de la maldita peste de coronavirus lleva trazas de convertirse en permanente. El nuevo paisaje urbano, aceptado con resignación por la mayoría, es a todas luces inquietante. Caballero Bonald acaba de describirlo bien en conversación con Juan Cruz: «Una ciudad transitada por peatones recelosos, cada cual con su mascarilla, compone un escenario de teatro del absurdo». La vida en la ciudad estará regida a partir de ahora por el miedo a la cercanía humana, más aún que por miedo la soledad. La ciudad deja de ser alegre y confiada, que era su principal atractivo. A partir de ahora todas las precauciones serán pocas si viajas en el metro o en el autobús, si vas al cine o al teatro, si te animas a ir de compras o a misa, si se te ocurre entrar en una sala de fiestas, si vas a clase o incluso si te acercas a la barra del bar a tomar una cerveza. Parece, pues, que vivir en una gran ciudad, si no es imprescindible para ganarse la vida, además de resultar muy caro, empieza a tener más inconvenientes que ventajas. Por eso, está abriéndose paso la idea de que esta pandemia va a dar un fuerte empujón, como proponen las multinacionales, al teletrabajo, y a un cambio de ciclo histórico con el regreso de la ciudad al campo.

El argumento de fondo es poderoso: si la revolución industrial y la mecanización de la agricultura desplazó la población rural a la ciudad y despobló los pueblos, la revolución tecnológica, con la robótica, el trabajo no presencial y la facilidad de las comunicaciones electrónicas, provocarán el efecto contrario. Las dificultades para encontrar trabajo en la ciudad ante la crisis económica que viene y la búsqueda de protección ante otras oleadas epidémicas previsibles, no son razones despreciables. Así que muchos jóvenes y no pocos jubilados se lo estén pensando. Hay, como se ve, abundantes alicientes para abandonar la ciudad, tomar sin romanticismos el camino del pueblo y volver a ocupar la España vaciada, convirtiéndola, si los poderes públicos hacen bien y a tiempo su trabajo, en un oasis de calidad de vida. Puede ser una buena oportunidad para los que buscan la supervivencia en tiempo de crisis, el contacto humano, la superación del estrés, el encuentro con uno mismo o la comunión con la Naturaleza. La pandemia nos ha enseñado que las grandes aglomeraciones urbanas no son saludables ni acogedoras, y menos si hay que vivir permanentemente en un escenario de teatro del absurdo.