Opinión
Capital confederal
Madrid es la ciudad más rica y más dinámica de España. Como insistía ayer Sabino Méndez en estas páginas, no es extraño que suscite el recelo de otras zonas. También ha sido una de las ciudades del mundo más castigadas por el Covid-19 y, dada la creciente insolidaridad, la que más desconfianza suscita. Ahora bien, lo relevante en todo esto es su efecto político.
Felipe II escogió Madrid como capital porque era una ciudad casi insignificante, con un alcázar inservible y un monasterio destinado al descanso de los reyes en sus partidas de caza. Por eso fue elegida capital de la Monarquía: porque Madrid no tenía intereses propios (como los tenían Sevilla, Valladolid, Toledo y no digamos ya Lisboa) y no interfería en la política de la Corona. Madrid –con su pareja, que es el Escorial– representó la Monarquía «compuesta» –plural– y transnacional de los Austrias. Y eso le permitió convertirse con elegancia en la nueva capital del Estado de las Autonomías. No representando a nadie, representaba a todos.
La fobia a Madrid siempre ha expresado lo mismo: la desconfianza de los antiguos reinos, o de los señoríos y territorios feudales, ante la capital cosmopolita y española a la vez, la ciudad moderna que mejor representaba una idea de España. En plena confederalización de nuestro país, porque ese es el proceso constituyente del que habló hace poco el ministro de Justicia, el clamor vuelve con más intensidad, propiciado por los brotes de insolidaridad ante el Covid-19. En unos años, Madrid será de lo poco que quede de una España que fue moderna y que va camino de ser un arcaísmo ahora que todos somos postmodernos y nadie quiere asumir lo que la modernidad –representada por Madrid– tiene, o tuvo, de nacional y de español.
Madrid resiste, sin embargo, y de entre las grandes capitales occidentales, es de las pocas que no ha caído en manos del progresismo. Además de la batalla política sobre la Presidencia de la Comunidad, lo que se dirime en la fobia a Madrid es la naturaleza de la ciudad y de nuestro país. El Gobierno central y sus aliados quieren que Madrid deje de ser símbolo del conjunto de España para representarse sólo a sí misma, como una entidad local más en la inminente Confederación Hispánica o Ibérica. El carlismo, los nacionalismos, los regionalismos nostálgicos… todos los localismos triunfarán en esta apoteosis postmoderna, postnacional y ultra provinciana.
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