Opinión

Sin plan de choque contra el rebrote

Que estemos ya en la «nueva normalidad» no quiere decir que la pandemia del coronavirus sea historia. Ni mucho menos. Es precisamente cuando los sistemas de defensa sociales son más vulnerables: se permite el movimiento de personas, viajar en el mismo país, volver al trabajo con las condiciones y distanciamiento adecuado, incluso asistir a actos masificados que por su carácter inofensivo –una sencilla fiesta de cumpleaños con familiares y amigos– acaban convirtiéndose en un foco del rebrote de la epidemia. El domingo, la OMS notificó 183.000 casos positivos en el mundo en un solo día; ayer, el ministro de Sanidad, Salvador Illa, informó de que en España se había producido 125. La entrada en la Fase 3 ha provocado un rebrote en varias zonas de España, especialmente en comarcas de Huesca, Valladolid y Murcia. El protocolo de fronteras es especialmente laxo en esta materia, pues incluye en su punto 3 una «inspección visual», lo que no parece muy eficaz. De hecho, en Murcia el foco de contagio procede de unos viajeros llegados de Bolivia. Hasta Pedro Sánchez lo advirtió en su última alocución dominical: «La amenaza de una segunda ola no es un invento». Es, en parte, un efecto del drástico confinamiento de tres meses al que se sometió a la sociedad española sin saber ahora, una vez abierta las puertas, cómo puede ser detectado un rebrote.

En eso están China y Alemania, los dos países que con más éxito controlaron la primera oleada. Berlín ha confirmado que hay un millar de infectados en la factoría cárnica de Gütersloh y que el rebrote está controlado, lo que no es decir mucho porque el problema es saber cómo ha llegado hasta allí y cómo se ha expandido. En Pekín ha sucedido algo parecido: lo único que se sabe oficialmente es que fue una tabla para cortar salmón en el inmenso mercado mayorista de Xinfadi donde diariamente pasan 10.000 personas donde alguien depositó el virus. Es decir, a efectos del resto de países que han vuelto a la normalidad, se ignora qué consejo nos pueden dar para evitar el contagio en núcleos urbanos. Esto sí, Pekín ha realizado 356.000 pruebas en una semana, algo que, incluso proporcionalmente, no está en las manos de nuestro sistema sanitario. En definitiva, esto es lo que el decreto de la «nueva normalidad», que ahora debe revalidar el Congreso, no regula, o no puede regular, aún siendo lo fundamental. Lo demás, son medidas higiénicas, de distanciamiento y normativas cuyo éxito dependerá de la responsabilidad individual y colectiva –anteponer los deberes a los derechos cuando sea necesario– y de unas medidas sancionadoras cuya eficacia es escasa cuando el que se salta la ley lo hace sin el menor escrúpulo. La lección alemana es la que convendría estudiar. Lo que le preocupa a Angela Merkel es que la tasa de reproducción del nuevo coronavirus aumentó muy por encima del nivel necesario para contenerlo a largo plazo, según el Instituto Robert Koch, que es quien coordina toda la acción contra el virus. Dicho centro atribuyó este aumento a brotes locales, actos sociales y religiosos y fiestas familiares. La perspectiva es un nuevo cierre.

Lo que el decreto deja más inconcreto es precisamente lo central. Por un lado, articular cómo «las autoridades competentes» deben garantizar la coordinación de las residencias de personas mayores «con los recursos sanitarios del sistema de salud de la comunidad autónoma en que se ubiquen». Se echa en falta que ante el número de muertos habido las administraciones no se hayan sentado todavía en la misma mesa a solucionar un problema que ha avergonzado a todo el país. Por último, los planes de contingencia que «garanticen la capacidad de respuesta y la coordinación entre los servicios de Salud Pública, atención primaria y atención hospitalaria». Así debería ser, pero es el Gobierno quien debe tomar ya la iniciativa, sentarse con la oposición y remar en la misma dirección.