Después de nueve meses en el severo internado, la vuelta al pueblo era el colmo de la felicidad. De Logroño a Sarnago se echaba el día. La primera escala en autobús, encaramados en la baca, con la maleta de madera llena de libros y ropa sucia al lado, concluía en Arnedo, donde era obligado zamparse un fardelejo. Después llegaba el...
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