Opinión
Warren no rescata, ni ayuda
Warren Sánchez, el hombre que tiene todas las respuestas, también parece desplegar todas las bondades. Ha prometido, en efecto, rescatar empresas y socorrer a los desvalidos. Solo una mácula empaña su generoso horizonte: es mentira.
El plan de «rescates estratégicos» de las empresas es una maniobra de distracción, que se ha aplicado en varios países con el mismo objetivo: dar la impresión de que el Gobierno controla la situación, y, ante un colapso, interviene para salvar empresas que, en otra circunstancia, quebrarían. Incluso se argumenta que la entrada del Estado en el capital de las empresas será solo temporal, y en el futuro venderá su participación, con lo que incluso puede obtener un beneficio. ¿Qué la parece, señora?
Efectivamente, usted lo ha dicho: es un camelo. El Estado no es empresario, y no sabe qué empresas son «estratégicas» y deben ser rescatadas, con un dinero extraído a la fuerza de trabajadoras y empresarias, que son las que pagan siempre toda la cuenta. El Gobierno debería hacer lo contrario de lo que hace: no gastar más sino menos, no subir los costes empresariales sino bajarlos, y abrir al máximo los mercados para facilitar la rápida recuperación del empleo, y la supervivencia y adaptación de las empresas a las nuevas circunstancias. Pero eso requiere modestia para reconocer que no se sabe, y respeto a los contribuyentes, para evitar saquearlos, lo que no encaja con la arrogancia de personajes como Warren Sánchez.
En el peor de los casos, nunca descartable en política, los Gobiernos no solo no rescatarán a nadie sino que arruinarán empresas y empleos viables para mantener artificialmente empresas y empleos inviables, todo con cargo a la mujer contribuyente. La otra maniobra de Warren es el famoso «escudo social», merced al cual estará prohibido cortar el suministro de energía, gas y agua; y se extenderá la moratoria del pago de hipotecas y alquileres.
Aquí el objetivo es también propagandístico, y el coste también es descargado por el poder sobre las espaldas del pueblo trabajador. Lo que consiguen los progresistas con estas medidas es castigar a la mayoría de las trabajadoras, encareciéndoles los suministros básicos, los alquileres y las hipotecas, para beneficiar a una minoría que no los va a pagar. Es una descarada ocultación de los costes que sufragarán las mujeres damnificadas por los políticos feministas.
No todo son malas noticias, empero. Los políticos han concluido la bochornosa Comisión para la Reconstrucción, que sólo podía engendrar un pastiche incoherente, propio de los organizadores, del que no saldrá nada: nada bueno, pero tampoco nada malo.
Por fin, una medida tan hostil a la clase trabajadora como la derogación total de la reforma laboral, gran anhelo de Paulita Naródnika y sus simpáticos amigos de chalé y móvil, tampoco saldrá adelante, de momento. El que no se consuela es porque no quiere.
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