Opinión
Las tribulaciones de Pablo Iglesias
No anda descaminado Pablo Iglesias cuando denuncia la existencia de un fuerte rechazo a su presencia en el Gobierno. El rechazo se extiende a la fuerza que él dirige. Al propio Pedro Sánchez le quitaba el sueño no hace mucho sólo pensar en que tal personaje pudiera sentarse en el Consejo de ministros. Y ahí lo tienen, tan campante, de vicepresidente y socio preferente del actual inquilino de la Moncloa. Tampoco exagera Iglesias cuando se queja de que existen poderosos movimientos, aquí y en Europa, para descabalgarlo, si pueden, del poder. En Bruselas y en la mayor parte de las cancillerías europeas, lo mismo que en los altos despachos del Ibex, lo celebrarían con champán. Y muchos inversores se animarían entonces a jugarse los cuartos en España. La prevención hacia su persona y su partido se extiende a amplias capas de la opinión pública española y de los demás «poderes fácticos» –los militares, la Iglesia, la Justicia, la Prensa…– y, por supuesto, a los sectores del PSOE disconformes con el «sanchismo».
Las tribulaciones de Iglesias han aumentado últimamente con sus complicaciones con la Justicia por el «caso Dina». Desde luego, este lío no lo ha llevado bien, ni con el juez ni con la Prensa. En medio de la vorágine, ha pensado que el ruido que está generando el caso obedece a la gran «conspiración» en marcha para descabalgarlo, y también en esto lleva un punto de razón. No faltan los que tratan de aprovechar esta penosa peripecia para dejarlo al pie de los caballos. Coincide con que Podemos se deshilacha y pierde fuerza electoral, de día en día, en todas partes. Es humano su cabreo. Pero, en vez de reflexionar y ofrecer una respuesta inteligente y sincera, ha optado por enredarse él solo y enfrentarse como un tiranuelo cualquiera a los medios de comunicación, con descalificaciones personales, algo muy peligroso cuando se hace desde el poder democrático, en el que la crítica purifica y entra en el sueldo. Su defensa del derecho al insulto ha sobrepasado todos los límites y ha obligado a bajar la cabeza, avergonzados, a sus compañeros de gabinete.
El hecho de que sus críticas de fondo se dirijan contra la Prensa, la Monarquía y la Justicia, pilares del Estado de derecho, confundiéndolos en cierto modo con «las cloacas» de ese Estado, lo único que hace es intensificar la sospecha de que su proyecto político presenta un inquietante fondo totalitario, por más esfuerzos que haga, desde que está en el Gobierno, para moderarse y disimularlo.
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