Opinión

Tiempos de cambio

El creador y su obra suelen seguir vicisitudes históricas paralelas. Los norteamericanos –o al menos sus elites– son los creadores de la globalización. Los EEUU están atravesando una crisis vital, cuestionándose sus raíces fundacionales e incluso las mismas bases de su convivencia actual. Parece razonable pues que la globalización experimente una crisis análoga a la de su progenitor. Trataré a continuación de explorar vertiginosamente las causas probables de estos dos inmensos procesos paralelos.

Los norteamericanos no están contentos con su gobierno, dudan de sus instituciones y polemizan sobre su historia, las bases de su convivencia y sus hasta hace poco intocables héroes y mitos. La presente crisis está siendo alimentada por la pandemia del covid 19, la evidencia de lo arcaico de numerosos organismos, la mitificación de un pasado dudoso y violento, la radicalización de sus dos partidos políticos y el problema racial. Pero sobre todo, creo que esta crisis la origina una creciente desigualdad económica que afecta a las clases media y trabajadora con relación a una afortunada minoría. Las empresas importantes se financian en la bolsa y sus directivos responden ante el accionariado –directo o través de fondos de inversión– exclusivamente. Los clientes, sus propios empleados o el impacto medioambiental son preocupaciones secundarias que solo son consideradas en cuanto puedan afectar a su cuenta de beneficios. Las remuneraciones de los directivos de estas grandes empresas que cotizan en bolsa son astronómicas. La autocartera agrava el proceso. De esta manera el ciclo de ganancias se realimenta y con él la diferencia económica de una minoría directiva o inversora con relación a una clase media y trabajadora cada vez más empobrecida en términos relativos; aunque el nivel de vida general aumente modestamente, a esta mayoría –cada vez más informada– no le compensa. Y surge la crisis. El problema racial contribuye a esta divergencia progresiva de ingresos pero no creo que sea su causa fundamental pues la minoría negra es de un 13% e incluso sumada a la hispana –un 18%– no llegaría a ser fundamental si el resto blanco estuviera conforme con el sistema. El factor moral en la discriminación racial claro que también influye pero el segmento más descontento actual es el de blancos con bajos ingresos.

Esta crisis fundacional que atraviesan los EEUU se está visualizando con el derribo de estatuas de militares y líderes confederados. También se arremete contra las de los presidentes Washington y Grant, para proseguir con Colón, la Reina Isabel, Fray Junípero Serra, Cervantes o el sursuncorda. La animadversión contra los confederados que intentaron romper la unidad de los EEUU y mantener la esclavitud se puede entender por su relación con la situación actual. Pero atacar a los presidentes que antes de la abolición mantuvieron algunos esclavos es sacar de contexto el asunto. Si seguimos por ese camino también se les podría acusar de no establecer un sistema de pensiones públicas o de no permitir los sindicatos. Hay que juzgar en función del contexto histórico, no con las sensibilidades desarrolladas cientos de años después. Nuestro gobierno y las instituciones españolas deberían estar presentes en este proceso de refundación de las bases de la convivencia norteamericana para defender la contribución hispana –que no tiene nada que ver con la actual discriminación de la minoría negra– y demostrar que aporta importantes valores de convivencia afectivos entre ellos un sentido de la familia superior al clásico anglosajón. Si capitalizamos la aportación hispánica a la convivencia americana, los españoles actuales tenemos una oportunidad histórica de defender a nuestros antepasados y esa manera nuestra de ser. Sin temor a explicar lo que se hizo mal –dentro de la circunstancia histórica del momento–, pero defendiendo sobre todo lo mucho positivo que se aportó demográfica, cultural y geográficamente a los EEUU.

En paralelo a lo anterior, en el contexto de la globalización, se percibe también un malestar general difuso sin que se puedan establecer las causas con claridad. Desde la caída de la URSS, el nivel económico de todas las naciones ha venido aumentando, pero desgraciadamente, también las diferencias entre ellas. Destaca aquí el despegue económico de China que está revolucionando la jerarquía de las naciones y pudiera llegar algún día a alterar las reglas de convivencia internacional. Las grandes empresas multinacionales son los agentes básicos en esta globalización económica con pocas reglas. Una política fiscal lo más común posible debería aplicarse a su actividad económica que traspasa fronteras. Especial importancia merecen las tecnológicas que comercian con bienes intangibles tales como la información. Incluso en el preocupante asunto de las inmigraciones masivas ilegales cabe señalar que lo que sus protagonistas buscan es mejorar, no meramente sobrevivir. La mayoría tienen teléfono móvil y los miles de dólares que cuesta el viaje. No experimentan pues la miseria de sus antepasados aunque estén desesperadamente decididos a alcanzar un futuro mejor.

Para finalizar, podríamos resumir diciendo que la globalización tiene el mismo defecto básico que la sociedad norteamericana. Lógico: pues una engendró la otra. Este defecto consiste en que pese a crear riqueza general, también la concentra en manos de unos pocos. Esto debería corregirse si ambos –globalización y liderazgo norteamericano– desean sobrevivir. Los españoles no podemos quedar al margen de este proceso de refundación. Nos va mucho en estos tiempos de cambio –tiempos de zozobra– y ello por partida doble: por justicia histórica con nuestros antepasados y para permitir un mejor futuro para nuestros hijos. Que la Virgen del Carmen –ayer fue su día– nos inspire en tan justo intento.