Opinión
Lejos del pacto de la concordia
Dice Saavedra Fajardo que «ofenderse de cualquier cosa, es de particulares; disimular mucho, de príncipes; no perdonar nada, de tiranos». Algo de eso está pasando con las supuestas irregularidades del rey Juan Carlos. Todavía no hay ninguna acusación formal contra él y se propaga una despiadada campaña de descrédito contra su persona y lo que significa. Oscuras revelaciones de personajes poco fiables, sospechas de cobro de comisiones sin pasar por el fisco, revelación de donativos generosos de sus amigos árabes…, todo un cúmulo de vagas informaciones, mezcladas con rumores interesados, destinados a crear un ambiente hostil en torno a su figura –una figura histórica, protagonista de la recuperación de la democracia en España– y, directamente, contra la institución monárquica.
Los ataques a la Corona forman parte del programa de Podemos y tradicionalmente de la izquierda. A la ofensiva se han unido los nacionalistas de la periferia. El PCE de la mano de Santiago Carrillo aceptó en su día la Monarquía a cambio de su legalización. Fue un pacto histórico por la concordia y la reconciliación que ahora han rato llamativamente sus seguidores. El PSOE, de tradición republicana, aceptó, después de una cierta resistencia, bajo el mandado de Felipe González, la Monarquía parlamentaria como base del sistema constitucional del 78. Hasta ahora el histórico partido del puño y la rosa ha mantenido su compromiso. El hecho de que los socialistas convivan en el mismo Gobierno con enemigos declarados de la institución monárquica junto con determinados gestos muy criticados del presidente Sánchez en su trato con el Rey hace que surjan dudas sobre la firmeza del compromiso monárquico del «sanchismo».
Entre unas cosas y otras, asistimos a un momento de especiales dificultades de la Monarquía en España. La decisión de Felipe VI de renunciar a la herencia de su padre y de suprimirle la asignación presupuestaria que le correspondía ha supuesto el apartamiento de don Juan Carlos de toda actividad oficial, su condena al ostracismo y puede que, incluso, el alejamiento de su vivienda en La Zarzuela y su destierro fuera de España. Estas duras y dolorosas decisiones se han interpretado como un “cortafuegos” para impedir que las posibles irregularidades del padre puedan afectar al hijo y, por tanto, a la institución. Pero inevitablemente todo esto ha contribuido a la vez a alentar las sospechas contra el rey Juan Carlos, dando por seguras las irregularidades. También ha contribuido a ello unas declaraciones desafortunadas, si no maliciosas, del presidente del Gobierno. Los españoles, que un día fueron mayoritariamente «juancarlistas», han dejado de serlo.
Seguramente don Juan Carlos, cuyo reinado quedará como uno de los más brillantes y fructíferos de la historia de España, ha cometido errores, indignos de su encomiable trayectoria pública. No es la primera vez que se equivoca y pide perdón públicamente. Todos somos humanos. Me parece que la gente del pueblo lo que más le echa en cara cuando se entera de escándalos de dinero es su incoherencia. «¡Qué necesidad tenía de eso!», es la frase que más se oye. Aún no se sabe si intervendrá el Tribunal Supremo. En general, se cree que el caso no tiene recorrido judicial.
Esta crisis monárquica está siendo, como digo, alentada por Podemos y el resto de socios del actual Gobierno de Pedro Sánchez. Para Pablo Iglesias es una oportunidad de oro para distraer la atención, que está pendiente de sus recientes fracasos electorales y de sus problemas con la Justicia. Por eso es posible que eche mano ahora de sus posiciones más radicales. «Críticos hay para todo», dice también Saavedra Fajardo. No parece que las campañas republicanas vayan a poner de momento en riesgo el reinado de Felipe VI, que sigue gozando a pesar de todo, como se ha demostrado en la última gira por las regiones españolas, de notable aprecio popular.
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