Opinión
Obligada defensa de la Corona
El discurso del Rey salvó en buena medida el acto de recuerdo a las víctimas del Covid-19. La belleza de las palabras, la hondura de la lección política –dirigida a los presentes pero también a todos y cada uno de los españoles–, y la actitud de humanidad, nobleza y dignidad de quien encarna la continuidad de España dieron todo su significado a una ceremonia con una escenografía postmoderna y autorreferencial, en la que la desaparición de la trascendencia religiosa traía aparejada la desaparición de la grandeza de las instituciones.
Ahora bien, al tiempo que el Rey y sus palabras rescataban el acto, también resultaban difíciles de encajar. Como si nuestra clase política no supiera muy bien qué hacer con la Corona y lo que significa, que es la continuidad de España, el proyecto democrático, constitucional y parlamentario, la España tolerante, abierta y plural –liberal, en el sentido más profundo del término– que está en la base de todo lo demás. Ahora que tanto se debate la Unión Europea que ha de salir de la pandemia y de una segunda crisis económica en menos de diez años, todos los que allí estaban sabían que sólo la Corona y la UE nos salvan de caer en un experimento que nos llevaría de nuevo al enfrentamiento y a la pobreza.
Por eso mismo, no debería resultar difícil defender la institución monárquica. Dice mucho de la pobre calidad de nuestras elites gobernantes e intelectuales que en un país incapaz de convivir sin Monarquía, un ataque tan grosero como el lanzado desde Podemos no suscite cortafuegos inmediatos que lo devuelvan a la irrelevancia o la excentricidad. Ningún país europeo debe a la Corona tanto como el nuestro, y sin embargo en ningún otro país se permite tanto ruido para atacarla. Frente a la zafiedad de los argumentos antimonárquicos, son pocos los que se atreven a recordar que la Corona es en sí misma garantía de estabilidad, libertad y pluralismo: con Don Juan Carlos y con Felipe VI. Y por mucho que nos hayamos acostumbrado, es extraordinario que la retórica de la regeneración y la ejemplaridad, que sólo sirvió para propiciar un relevo generacional, siga vigente ahora únicamente para atacar la Corona. Antes se era juancarlista para no declararse monárquico y ahora, como era previsible que ocurriera, se es antijuancarlista para atacar a la Monarquía parlamentaria, es decir, a Felipe VI.
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